Resulta claro que iniciando el Clásico temprano (ca. 350 d.C.) en la costa del Golfo de México comenzaron a manifestarse localmente las cerámicas de la esfera cultural teotihuacana y, junto con ellas, una cierta disposición de las élites por incorporar este estilo que se extendía por buena parte de Mesoamérica, representado por vasijas y figurillas de formas hasta entonces inéditas. Aquellos cambios venidos desde el centro de México debieron incidir en la conducta ritual de las clases dirigentes, puesto que promovieron su imitación local y terminaron por incorporar tan novedosos productos al propio ceremonial.
Sin embargo, el gusto por los vasos trípodes cilíndricos, por los llamados floreros, las vasijas con soportes anulares, los candeleros y hasta las figurillas debió ir más allá de razones puramente estéticas. Su inclusión en el ajuar de los templos respondía a un claro proceso de transformación cultural, de suerte que estos objetos estarían allí tanto por lo que eran como por la significación que ahora se les concedía, entonces los cambios de la forma pudieron estar condicionados por las modificaciones introducidas en el pensamiento religioso.
El énfasis puesto en la reproducción de tan singulares artefactos, todos ellos ajenos a las más antiguas tradiciones alfareras de la llanura costera, señalan a una élite que había optado por recrear un modelo cultural extraño pero que la colocaba en pie de igualdad frente a la civilización teotihuacana. La llanura aluvial del Papaloapan fue especialmente activa en el tránsito comercial que unía el sur de México con esta metrópoli del Altiplano central y particularmente fértil en la incorporación de dicho modelo cultural en la producción alfarera local.
Fue entonces cuando verdaderamente inicia la “forja” de un estilo artístico local, inicialmente influido por la plástica teotihuacana y después poseedor de una individualidad y de una fuerza expresiva única en Mesoamérica. Este rostro de ojos cerrados no podría ser más elocuente en cuanto a su participación en este proceso donde se imitan tradiciones culturales ajenas. La forma de la cabeza viene de la plástica teotihuacana y que las proporciones del rostro, la manera de colocar los ojos e inclusive este ademán que adelanta la cabeza con respecto al torso sobre el que originalmente se erguía es algo adquirido, por más que en el Clásico tardío (ca. 600-900 d.C.) terminara dando paso a un arte figurativo propio de la llanura costera. En cuanto a la expresión del rostro no es claro el propósito de mostrarlo con los ojos cerrados, pero hay que decir que no es común verlos “privados de vida” aunque es muy común que se muestren abiertos pero carentes de pupila.
Resulta claro que iniciando el Clásico temprano (ca. 350 d.C.) en la costa del Golfo de México comenzaron a manifestarse localmente las cerámicas de la esfera cultural teotihuacana y, junto con ellas, una cierta disposición de las élites por incorporar este estilo que se extendía por buena parte de Mesoamérica, representado por vasijas y figurillas de formas hasta entonces inéditas. Aquellos cambios venidos desde el centro de México debieron incidir en la conducta ritual de las clases dirigentes, puesto que promovieron su imitación local y terminaron por incorporar tan novedosos productos al propio ceremonial.