Las excavaciones que han llevado a cabo los arqueólogos en Teotihuacán, estado de México, registran que la urbe llegó a tener una población que superaba los 200,000 habitantes que en su mayoría vivían en conjuntos habitacionales, construcciones de adobe, piedra y techadas con madera. Registran también que entre 250 y 550 d.C. se erigieron de manera planificada millones de estas edificaciones de un piso sin ventanas cuyos cuartos, que contaban con canalización de agua, pasillos y pasajes, rodeaban espacios y pórticos que se levantaban alrededor de patios centrales que acogían un pequeño altar central.
La vida de sus habitantes, grupos emparentados por su oficio y lazos de sangre, giraba en torno a rituales y ceremonias, actividades cívicas y religiosas de tipo doméstico, que se llevaban a cabo específicamente al interior de estos espacios multifamiliares. Prueba contundente de ello son los millones de figurillas completas y fragmentos de figurillas de arcilla que se han localizado mayormente en los rellenos, basureros y bajo los pisos de los conjuntos residenciales y en menor cantidad en los entierros. Las figurillas, como las seis que aquí vemos, eran importantes y propias de los rituales que se llevaban a cabo de manera cotidiana en los conjuntos departamentales. Se fabricaron, primero modeladas y después en molde, a lo largo del dominio de la urbe teotihuacana y fueron llamadas “tipo retrato” por sus rasgos característicos que son: la cabeza triangular, el rostro sencillo y nada individualizado a la vez que el cuerpo modelado que tiene brazos y piernas delgadas y que toma distintos gestos que le conceden a las figurillas posturas muy movibles, flexibles y realistas.
Las figurillas se encuentran de pie o sentadas, y en cierto grado sus proporciones son iguales a las de los pequeños personajes trazados en la pintura mural llamada el Tlalocan que alberga el conjunto habitacional de Tepantitla en Teotihuacán, una de las pocas pinturas donde las personas se representan en actos que remiten a la vida cotidiana en actitud de juego. Este tipo de figurillas, reconocidas por su belleza y sencillez son muy comunes en Teotihuacán, aunque cabe subrayar que estos ejemplares son singulares: por lo general se localizan en fragmentos, no se encuentran completos y pocas veces en conjunto; ciertamente desconocemos cómo fueron localizados. No sabemos si estaban juntos ni la posición en la que estaban situados, pero su postura estática y mirada hierática es solemne, y permite imaginarlos alineados, utilizados en alguna ceremonia familiar al interior de una vivienda o colocados sobre un altar central, en asociación a incensarios o braseros que arrojaban humos aromáticos.
Presentar el encadenamiento de usos que se le daba a estas piezas es complejo y por ahora cualquier propuesta debe quedar como una interpretación; por ejemplo, aquella de Florencia Müller que sugiere que a las figurillas se les vestía con materiales perecederos para colocarlas en situaciones y formatos específicos a manera de pequeñas escenas, ya que no contamos con suficiente información para apoyarla. El significado y la función de estas figurillas ha sido tema de estudio de arqueólogos, antropólogos e historiadores, y aún se ignora qué es lo que los teotihuacanos hacían con ellas, aunque en lo que coinciden los estudiosos es que las figurillas tipo retrato, como estas seis, rara vez se encuentran ligadas a los rituales y contextos oficiales al interior de la urbe teotihuacana, lo cual nos habla de la especificidad de su uso en el interior de un contexto doméstico.
Las excavaciones que han llevado a cabo los arqueólogos en Teotihuacán, estado de México, registran que la urbe llegó a tener una población que superaba los 200,000 habitantes que en su mayoría vivían en conjuntos habitacionales, construcciones de adobe, piedra y techadas con madera. Registran también que entre 250 y 550 d.C. se erigieron de manera planificada millones de estas edificaciones de un piso sin ventanas cuyos cuartos, que contaban con canalización de agua, pasillos y pasajes, rodeaban espacios y pórticos que se levantaban alrededor de patios centrales que acogían un pequeño altar central.