La noción cultural de “individuo”, tal como la concebimos en la actualidad, se desarrolló poco en la época prehispánica. La pertenencia al grupo (linaje, estamento o barrio) era el hecho decisivo para asignar a la gente sus derechos y obligaciones. Esto no quiere decir que no existiera el concepto de persona: alguien con experiencia y méritos propios, poseedor de unos rasgos distintivos y de una expresión particular.
En ocasiones, el arte de Mesoamérica buscó captar la singularidad de algunas personas, como los gobernantes olmecas que fueron retratados en gigantescos bloques de basalto. Otras veces se prefirieron formas estereotipadas de rostros, con escasa expresión individual. En general y desde época muy temprana, el arte mesoamericano osciló entre el naturalismo y la abstracción al representar el cuerpo humano. En algunas obras se aprecia una descripción detallada de la fisonomía y el aspecto del cuerpo, y en otras vemos formas esquemáticas e incluso geométricas.
En cualquier caso, las representaciones antropomorfas de las culturas mesoamericanas ofrecen una rica información sobre el vestido, el adorno, la pintura corporal y, en algunas ocasiones, sobre la conducta gestual y la expresión de las emociones.