El Posclásico tardío (1250-1521 d.C.) es uno de los momentos en la historia del México prehispánico en que la elaboración de obras escultóricas fue muy prolífica. En este periodo, en el centro de México, el trabajo en piedra es habitual. Lo podemos constatar en las grandes obras monumentales que reflejan a las deidades más importantes del panteón nahua, como la Coatlicue o la Tlaltecuhtli, pero quizá son más frecuentes las piezas de mediano formato que se encuentran en todas las colecciones de objetos arqueológicos del país.
Este es el caso de la pieza 1412 donde se representó a un hombre sedente encuclillas. La cabeza es muy grande para su cuerpo y el rostro inexpresivo apenas es particularizado con unos ojos circulares, unas cejas rectas, nariz aguileña y boca entreabierta. Las orejas presentan tenues incisiones circulares en su interior, formando una figura parecida al corte de un champiñón. Asimismo, en la parte posterior de pieza, a la altura de la cabeza, se observan gruesas líneas que simulan el cabello del personaje.
Si bajamos un poco más en la pieza, se distingue un torso plano, que no define ningún elemento ni en el pecho ni en la espalda y, enmarcándolo se encuentran dos brazos delgados que son simulados con un desgaste en la piedra. Estas extremidades se encuentran cruzadas al frente, flexionadas al nivel del codo, encimándose el brazo derecho sobre el izquierdo. Las manos trabajadas muy toscamente apenas muestran un ligero desgaste, quizá simulando los dedos.
En la parte inferior de la pieza se observan las piernas flexionadas, sirviendo las rodillas para apoyar los brazos. En el frente, una gran banda central simula el maxtlatl o taparrabo del personaje, mientras que dos pequeñas bandas verticales ayudan a representar las piernas. En la parte posterior se aprecia el amarre de la tela y se distingue cómo el personaje se encuentra sentado sobre un bloque prismático que, a su vez, le sirve de base a la pieza, lo cual ayuda a explicar el faltante que se encuentra en el anverso, donde debieron de representarse dos ostentosas sandalias, hoy perdidas.
Estas esculturas, por lo general estaban recubiertas con una capa de estuco y sobre ellas, con colores rojo, negro, azul y ocre, junto al blanco del estuco, se definían las formas, se colocaban aquellos atributos que distinguían la forma y lo particularizaban.
Estas piezas, por lo general, son frecuentes encontrarlas en el centro de México asociadas a ofrendas, aunque por la gran cantidad de piezas que tiene estas características, existe la posibilidad que hayan servido como representaciones de las deidades en pequeñas ceremonias o en el culto privado de algunos grupos, sirviendo en ambos casos como un vínculo, un puente entre la deidad y las personas. Pero, cuando observamos esta pieza quedan muchas preguntas en el aire ¿con qué deidad se buscaban comunicar las personas?, ¿qué favores esperaban tener la población?, ¿qué canticos, movimientos y rituales se hicieron?, son dudas, entre muchas otras, que el objeto calla y que no podremos responder.