En el pensamiento prehispánico, la dualidad vida-muerte era parte de su ciclo cosmogónico, no existía una ruptura entre ambas concepciones ya que al morir se renacía (Salas y Talavera, 2010). La relación vida-muerte era comprendida como un ciclo constante, es decir, que no era estático, sino que estaba en constante movimiento, como ejemplo, a la temporada de lluvias y de vida, le seguía la temporada de secas y de muerte, de la cual a su vez iba a surgir nuevamente la vida (Ortega, 2009).
Desde esta concepción, el inframundo, el Mictlán o lugar donde iban los muertos, era la tierra en la que se inhumaban los cadáveres o las cenizas de los cuerpos ya perecidos, y donde al mismo tiempo crecía la vegetación y el alimento que nutría a los seres vivos. De esta manera, la tierra adquiere un carácter fértil, lo que dio paso a crear la idea de tierra-madre, el vientre fecundo en el que el ser humano era regenerado y a donde regresaba después de un andar existencial (Johansson, 2012).
Entre las múltiples representaciones que evocan a la muerte, se encuentran las figurillas Cihuatéotl que han sido localizadas en sitios como El Zapotal y El Cocuite en la Costa del Golfo, y que corresponden a las mujeres muertas en el parto, que tras morir iban al Cincalco “casa del maíz” o al Cihuatampla “región de las mujeres”; estas Cihuatéotl han sido representadas en esculturas que se caracterizan por tener los ojos cerrados, mismos que manifiestan la última imagen del mundo terrenal y la boca entreabierta por donde escapa el espíritu (Beverido, 2006).
Los dos rostros aquí expuestos evocan a individuos ya fallecidos, lo cual se puede percibir a través de los ojos cerrados y la boca abierta. Ambos personajes presentan orejeras circulares, portan elementos sobre la cabeza y tienen el cuello fragmentado, lo que posiblemente indicaría que las figurillas continuaban con la parte que corresponde al cuerpo; las dos representaciones son huecas.
Uno de los personajes (fig. 40) presenta una banda o cinta en la frente puesta al pastillaje, detrás de esta banda se percibe una parte del cabello de color negro (posiblemente cubierta por chapopote) y en la parte central del cráneo se distingue lo que parece ser un tocado desgraciadamente muy fragmentado, por lo que únicamente es posible visualizar el inicio de tres elementos rectangulares, uno en el centro y dos en los extremos. La parte de atrás es plana y no tiene ningún elemento decorativo.
El otro personaje (fig. 28) porta un tocado triangular bastante fragmentado con adornos circulares (parte de la joyería) situados en los bordes laterales, la base del tocado es circular con restos de chapopote, a los costados salen dos elementos semitriangulares. Parte del rostro y del cuello están pintados con chapopote, además de que presenta un collar.
En el pensamiento prehispánico, la dualidad vida-muerte era parte de su ciclo cosmogónico, no existía una ruptura entre ambas concepciones ya que al morir se renacía (Salas y Talavera, 2010). La relación vida-muerte era comprendida como un ciclo constante, es decir, que no era estático, sino que estaba en constante movimiento, como ejemplo, a la temporada de lluvias y de vida, le seguía la temporada de secas y de muerte, de la cual a su vez iba a surgir nuevamente la vida (Ortega, 2009).