El fragmento que aquí vemos es la cabeza de una figurilla que fue fabricada en molde: destaca un rostro sereno que lleva un elaborado tocado hecho de plumas blancas engarzadas con una diadema entretejida. Esta pequeña escultura, cuando estaba completa, posiblemente medía un poco más de 20 centímetros, y representaba a un personaje de cuerpo completo; posiblemente ataviado con una indumentaria que complementaría su lujoso tocado y lograba sostenerse de pie por medio de un soporte en la parte posterior.
El significado y la función de las figurillas de Teotihuacán ha sido tema de estudio y aún ahora se ignora qué es lo que se hacía con ellas, aunque los estudiosos coinciden en que posiblemente representan a miembros de la población teotihuacana, que como sabemos era pluriétnica, ya que en la ciudad vivían personas de varias regiones, por ejemplo de Oaxaca y de la Costa del Golfo de México. Los teotihuacanos y los pueblos que les eran contemporáneos, zapotecos y mayas, como aquellos que los antecedieron y los que les siguieron, fabricaron figurillas, y en toda medida, la práctica es manifestación de una larga tradición mesoamericana que perduró por varios siglos. En el centro de México se muestra tempranamente en Tlatilco, y perdura hasta entrada la época de la Conquista y la evangelización, como vemos en Tenochtitlan y Tlatelolco
Al observar detenidamente el fragmento de la figurilla que aquí vemos nos lleva a la consideración de que en Teotihuacán, ciudad que dominó Mesoamérica durante el Clásico, trabajaban al mismo tiempo diferentes talleres de alfareros que proporcionaban estas figurillas a su población, la que rebasaba los dos cientos mil habitantes en el momento de su apogeo. Esos talleres no necesariamente eran los mismos que fabricaban la cerámica, como son vasos, platos y cuencos de uso doméstico, como lo indica Warren Barbour, quien ha enfocado su estudio en las figurillas teotihuacanas para establecer una cronología y la tipología, así como para conocer la vida cotidiana y el estatus de los habitantes de Teotihuacán.
En su estudio demuestra que Teotihuacán, entre 150 a.C. a 750 d.C., se produjeron millones de pequeñas esculturas de barro sólido que estaban ligadas al culto doméstico que tenía lugar en los conjuntos habitacionales multifamiliares. Las figurillas más tempranas fueron modeladas a mano entre 250 y 400 d.C., y es en el Clásico medio cuando inició la fabricación de figurillas con molde; y lo que es evidente es que las figurillas hechas con molde comparten los temas de las modeladas a mano. Su estudio comparativo es para nosotros una importante fuente de información y demuestra que existió una continuidad en los tipos y temas de las figurillas que perduró varios siglos, lo cual refleja la permanencia de ciertas tradiciones culturales.
En el Clásico medio se multiplica la producción de figurillas debido al uso del molde y a la producción en serie, que en términos actuales permitiría una mayor reproducción y, de tal modo, mayor distribución de estos objetos entre la población teotihuacana. Las excavaciones arqueológicas han encontrado tanto las figurillas mismas como los moldes con los que éstas fueron fabricadas, y demuestran que existían talleres especializados en la manufactura de cierto tipo de figurillas, lo cual es una clara referencia de la especialización artesanal. Los estudios del arqueólogo mexicano Carlos Munera, por ejemplo, mostraron que en la Ciudadela de Teotihuacán existió un taller de producción de cerámica, ya que ahí localizó el fogón y logró determinar las diferentes áreas de producción.
El fragmento que aquí vemos es la cabeza de una figurilla que fue fabricada en molde: destaca un rostro sereno que lleva un elaborado tocado hecho de plumas blancas engarzadas con una diadema entretejida. Esta pequeña escultura, cuando estaba completa, posiblemente medía un poco más de 20 centímetros, y representaba a un personaje de cuerpo completo; posiblemente ataviado con una indumentaria que complementaría su lujoso tocado y lograba sostenerse de pie por medio de un soporte en la parte posterior.