Las piezas de cerámica que vemos en los museos fueron creadas para funciones particulares. Muchas de ellas servían para cosas tan cotidianas como comer, realizar un oficio, entre otras actividades. Estas prácticas, pese al tiempo que nos separa de las culturas antiguas, siguen haciéndose con objetos parecidos en la actualidad, simplemente piénsese en los utensilios que empleamos para comer.
Muchas veces los objetos que nosotros distinguimos como una obra de arte, tenían una función distinta. Por lo general su contemplación era limitada, no todo el mundo la veía, y se empleaba en rituales específicos, ya que ayudaba a entrar en contacto con las fuerzas sobrenaturales. La decoración de estas piezas no era un mero accesorio, sino que era una parte fundamental para que el contacto se llevara a cabo. La mayoría de estas piezas, por ser un canal de comunicación con lo divino, no podían ser conservadas en la vida cotidiana, por lo que debían de ser destruidas después de usarse en el ritual, ya que de otra manera la fuerza que emanaba de ellas podía desequilibrar la vida como la conocemos.
También, muchas otras piezas, cuando existía un cambio de gobierno o de creencias, eran destruidas, puesto que en ellas se veía lo antiguo, aquello que se quería cambiar. Por tanto, al destruir las piezas se atentaba contra la esencia divina que se representaba, contras las anteriores ideologías, contra los gobernantes y contra el poder. Por ello, muchas veces solo encontramos fragmentos de lo que fueron impresionantes obras.
La pieza 1339 de la colección del Museo Amparo corresponde con un de estos fragmentos que formaban parte de una pieza llamativa; pero que el día de hoy solamente nos queda un pequeño vestigio de ella. Corresponde con una aplicación de un ser zoomorfo hecha en molde. Se distingue un hocico alagado, redondeado en el extremo distal. Una línea recorre la base para delimitar la mandíbula inferior. Los ojos son apenas distinguibles. Presentan una forma de almendra y son convexos. Alrededor de los ojos se encuentra una franja abultada que los contornea, simulando el parado.
La figurilla se encontraba adosada a la pared de una pieza cerámica, aunque la pequeña dimensión de la pared nos impide definir el tipo de vasija.
Desafortunadamente, la pieza se encuentra muy erosionada y apenas son distinguibles los rasgos de la pieza. A pesar de ello, es muy factible, por el hocico alargado, que se trate de un perro o un coyote. En cualquiera de los casos, las figuras que se integraban a la pieza, además de asociarles ciertas nociones al objeto, ayudaban a rituales específicos.
En el caso del perro, su figura estaba asociada con la muerte, ya que entre los grupos del centro de México se pensaba que este animal ayudaba al ser humano a cruzar por una de las pruebas del inframundo. Por tanto, dicho animal, que se asociaba con el compañerismo y la lealtad, era muy importante para las sociedades. En cambio, en el caso de los coyotes, se asociaban a lo seco y lo solar.
A pesar de ello, la falta de la pieza completa y la dificultad de distinguir si era un vaso, un incensario u otra forma, nos impide decir más acerca del ritual del que pudo haber formado parte y solamente nos muestra lo importante que era la decoración y el papel de los animales para resaltar las fuerzas de la naturaleza.