El uso de la concha en Mesoamérica, se ha documentado desde el periodo Preclásico y continuó de manera ininterrumpida hasta la llegada de los ibéricos en el siglo XVI. Presente en prácticamente todo su territorio, la obtención de esta consideró zonas lacustres, costeras y de mar adentro, lo que evidencia su importancia para las sociedades prehispánicas.
Dicha relevancia fundamentalmente, se debe a que son objetos considerados suntuarios y su aplicación no escatimó soportes, pues podrían estar colocados dentro de una fastuosa ofrenda, evocando espacios acuáticos; encontrarse en un gran tocado de plumas o una máscara; así como fungir de atavío, el cual cumplía con una necesidad simbólica ya sea de estatus, roles o creencias.
Para ello, se volvió imprescindible la existencia de especialistas que incluyen desde los que obtenían la materia prima, hasta aquellos que la trabajaban en talleres, cuya destreza y amplio conocimiento sobre las herramientas y el material, permitió generar piezas de una enorme complejidad técnica, estilística e iconográfica.
La pieza clasificada con el número 109, es muestra de ello. Se trata de un pendiente manufacturado con una valva de Spondylus crassisquama, especie característica del océano pacífico (región malacológica Panámica) y para cuya obtención, requiere adentrarse a mar abierto, por lo que es necesario la presencia de buzos capaces de sumergirse a profundidades considerables.
Para su elaboración, el artesano eligió la sección de la charnela o margen dorsal, en donde se unen los ligamentos de las conchas. Posiblemente, la hendidura de mayor tamaño ubicada en una de sus laterales (lo que sería la cola de la representación) fue aprovechada, ya que la estructura natural de las conchas, específicamente los dientes cardinales, suelen tener cavidades.
Asimismo, en el margen dorsal de la especie es común que, en la parte exterior, tenga una superficie irregular o porosa, por lo que es posible observar algunos orificios naturales que posiblemente, fueron empleados en la decoración de la pieza como en el caso de los ojos y nariz.
Cabe señalar que las técnicas implementadas para la creación del pendiente, consideró, en primera instancia, el desgaste o abrasión para dar forma al objeto, seguido de una percusión rotativa para generar los orificios y perforaciones, finalmente un pulido que le otorga lustre a la superficie.
La esquematización de la forma, impide establecer a detalle lo que se está representando, lo cierto es que se precisa una figura zoomorfa, muy probablemente de un mamífero, el cual ostenta un tronco rectangular y una cola pronunciada con cuatro extremidades. Dos de ellas flexionadas tocan el rostro, enmarcando cabeza, orejas, ojos y boca, constituyendo un ademán particular, que nos recuerda al accionar de soplar.