Los botellones de Tlatilco son una de las piezas cerámicas del Preclásico que nos muestra el bestiario de aquel momento. En sus paredes se representan patos, armadillos, conejos, jaguares, peces e incluso alguna fauna imaginaria, como la serpiente emplumada. Estas figuras se podían esgrafiar en la pieza cerámica o bien la vasija le podía servir al ceramista para crear la forma, como ocurre en esta ocasión.
La pieza 332 corresponde a un botellón elaborado con engobe negro sobre un barro ocre. La pieza se encuentra pulida, mostrando pequeñas bandas que muestran este trabajo. Asimismo, existen zonas donde se ha perdido el engobe, sobre todo en el cuello de la pieza, y en otras, como en la cabeza de la figura se pueden observar concreciones de tierra.
La pieza presenta cuatro soportes cónicos que simulan las patas del animal. La vasija tiene una base convexa y un cuerpo curvo-convergente que, en lugar de crear una esfera, forman una figura oblonga. De uno de los extremos sale un cuello largo, recto y angosto, con una boca circular y un borde redondeado. Del otro extremo, se colocó por pastillaje una cabeza, que se compone por una cuello recto que sostiene una forma esférica; los ojos, a cada extremo, se realizaron por medio de una forma circular adosada al pastillaje con una línea horizontal incisa en el centro. En la parte frontal se proyecta un hocico delgado con una línea incisa horizontal para definir el maxilar inferior y superior, mientras que, en la parte superior se colocó una banda de arcilla adosada con una forma ondulada. En la unión de la cabeza y del cuello se encuentra un orificio, lo que permitía que la pieza no explotara durante el proceso de cocción.
Esta figura representa a un animal que mezcla las características de un mamífero cuadrúpedo con un remate ondulado, que normalmente se encuentra presente en la serpiente emplumada. La presencia de mezclas de atributos de los animales no es extraña, al contrario, es un procedimiento común asociar las distintas nociones que porta una forma para dar lugar a un tercer discurso. Esto lo podemos ver de una manera clara en la representación de la mano-ala-garra o el “dragón”, que puede representar tanto a la tierra como al cielo.
Este tipo de piezas es común encontrarlas asociadas a los entierros, junto a los botellones con formas fitomorfas y a las figurillas. Quizá, integrar a vasijas con formas de animales y plantas ayudaba a crear la idea de una ofrenda permanente para el difunto, el cual debió de verse acompañado por ejemplares reales que se colocaban en los platos que se colocaban en el entierro. Aunque también era común que estos espacios representaran la fertilidad, donde la muerte traería vida y la vida conduciría a la muerte, generándose un ciclo continuo. Esto lo veía el hombre en su día a día, después de la temporada de lluvias y del esplendor de la naturaleza, dejaba de llover y, poco a poco, la vegetación se iba secando y los animales morían, pero después de un tiempo volvían a germinar las plantas y a nacer los animales. Por ello, este ciclo era representado en las tumbas donde la muerte, aunque traía pesar, también producía vida. La relación de esta figura con estos conceptos se nos escapa, aunque debió formar parte de una ofrenda especial y única en su tipo.
Los botellones de Tlatilco son una de las piezas cerámicas del Preclásico que nos muestra el bestiario de aquel momento. En sus paredes se representan patos, armadillos, conejos, jaguares, peces e incluso alguna fauna imaginaria, como la serpiente emplumada. Estas figuras se podían esgrafiar en la pieza cerámica o bien la vasija le podía servir al ceramista para crear la forma, como ocurre en esta ocasión.