La producción alfarera en el México prehispánico era uno de los oficios más especializados. Su labor implicaba desde la selección de la arcilla, la cantidad de agua y desengrasante que se le debía colocar, los tiempos de cocción, las formas de elaborar una pieza e incluso debían de conocer la iconografía que tenía que llevar una pieza y la manera correcta de realizarla, lo cual convertía esta labor en una de las más completas.
Entre esta actividad, la producción de figurillas muchas veces implicaba un trabajo con pasos muy definidos, el cual se reproducía una y otra vez, teniendo los mismos resultados. Por lo general, se tenía un molde con la figura realizada al negativo, sobre ella se colocaba la arcilla y se presionaba para que la figura del molde se pasara a la arcilla. Una vez realizado esto se quitaban los sobrantes de la arcilla y se metía a cocer. La pieza se decoraba cuando ya estaba cocida y enfriada. Muchas veces se colocaba una pequeña capa de cal y se aplicaban distintos colores. Al final, este proceso permitía tener muchas piezas con características idénticas, quizás variando, únicamente, en la decoración que se les colocaba al final.
En esta producción, una de las piezas claves era el molde, el cual permitía realizar varias piezas con las mismas características. Debido a que un molde se iba desgastando y perdiendo su forma, era necesario poder producir varios moldes con las mimas características. Para ello, existía el sello que, al colocarse en la arcilla, creaba el molde que iba a originar la figura final, como puede apreciarse en la pieza 83.
El sello cuenta con una espiga cónica en la parte de atrás para poderlos sujetar y hacer presión, mientras que el diseño se encuentra desarrollado en una superficie plana. La figurilla que se plasmaba en el molde es una forma antropomorfa sedente. La cabeza está de frente y sólo se marca la nariz y la ceja. A los lados de la cabeza se encuentran dos grandes orejeras, y en la parte superior se tiene un gran tocado compuesto por una banda, una serie de cuentas y dos formas rectangulares. Por debajo del rostro se puede ver un collar con tres grandes cuentas y adornos colgando de ellas. Los brazos están flexionados. El derecho se recarga en el vientre, mientras que el izquierdo se flexiona hacia arriba sosteniendo un instrumento parecido a una sonaja. Las piernas se hallan dobladas, colocándose el muslo horizontalmente hacia afuera y después se doblan hacia el centro, donde un pequeño cuadrado simula el asiento del personaje.
Este sello servía para crear un molde de donde surgían cientos o quizá miles de figurillas semejantes a la que vemos en él, las cuales, una vez que se cocían, se les pondría una capa de estuco y se detallaría con negro las partes, se le dibujarían los atributos correspondientes y se colorearían los distintos elementos, lo cual particularizaba la figurilla y la distinguía de toda la producción cerámica.
Este tipo de piezas son importantísimas, ya que nos ayudan a acercarnos al trabajo artesanal, a las técnicas que se usaban y a los procedimientos que se llevaban a cabo para obtener una pieza específica y así, no sólo podemos estudiar el trabajo terminado, sino que también la forma de realizarse.
La producción alfarera en el México prehispánico era uno de los oficios más especializados. Su labor implicaba desde la selección de la arcilla, la cantidad de agua y desengrasante que se le debía colocar, los tiempos de cocción, las formas de elaborar una pieza e incluso debían de conocer la iconografía que tenía que llevar una pieza y la manera correcta de realizarla, lo cual convertía esta labor en una de las más completas.