Por medio de acanaladuras y sutiles relieves que forman secciones triangulares y ovaladas se plasmó un rostro humano esquemático; el énfasis superior y el aplanamiento posterior remiten a la modificación craneana del tipo tabular, una práctica común entre los mesoamericanos. En la parte trasera hay dos orificios cónicos que se conectan y permiten el paso de un hilo, por tanto, se infiere que la pieza tuvo un uso ornamental como colgante, acaso en un collar. Las implicaciones de ello abren diversas posibilidades ¿Lo ostentó un individuo vivo o uno muerto? ¿Una mujer o un hombre? ¿Un adulto o un infante? ¿Una persona o una deidad? ¿Tuvo un empleo cotidiano o ritual?
Su carácter como objeto “precioso”, de acuerdo con los conceptos mesoamericanos de los materiales, así como la alta especialización que requirió la manufactura, seguramente participaron en el valor dado a esta joya y, en este orden de ideas puede admitirse que constituyó un signo de jerarquía elevada. En términos amplios, otras funciones simbólicas atribuidas a la joyería se asocian con la identidad del portador en cuanto a su oficio, méritos, estado civil y pertenencia a cierto grupo. En el contexto histórico que tratamos debe agregarse el poder que de forma activa ostentaban las expresiones plásticas en Mesoamérica, por lo que es probable que esta obra de piedra verde, a la cual se le asignaban lazos con líquidos sagrados, la vida y la fertilidad vegetal, sirviera como amuleto y tuviera propiedades mágicas.
La pieza es propia de la milenaria tradición cultural Mezcala, cuya territorialidad se ubica en las zonas centro, norte y Tierra Caliente de Guerrero, y en la colindancia con Morelos, Estado de México y Michoacán. Entre sus elementos característicos se hallan sitios con arquitectura destacada, la cerámica de los tipos Blanco Granular y Yestla-Naranjo y la producción lapidaria.
Este último arte se distingue por un estilo en el que se plasmaron imágenes figurativas con una notable abstracción de las formas. Con seguridad se hicieron otros objetos sin apariencia figurativa, pero resulta más difícil señalar su atribución cultural. El repertorio reconocido abarca figuras humanas y animales de cuerpo completo –aunque sintetizado según los cánones de la tradición-, cabezas y máscaras humanas, y representaciones arquitectónicas. La materialidad elegida por los artistas determina su formato pequeño, con alturas que suelen ser menores a los 20 cm; se trata, por tanto, de objetos fácilmente portables.
La portabilidad es un rasgo importante, pues a través de piezas como estas en Mesoamérica se configuraron y transmitieron códigos plásticos y sistemas ideológicos entre las diversas sociedades que en el transcurso de cuatro mil años habitaron dicha macroárea cultural. Aun cuando las indagaciones arqueológicas sobre la cultura Mezcala son escasas, de la distribución de sus esculturas en piedras compactas existen registros en Teotihuacan, Xochicalco y el Templo Mayor de Tenochtitlan. A causa de la temporalidad más tardía del desarrollo mexica, Carlos Javier González y Bertina Olmedo han resaltado el valor como reliquia de los materiales Mezcala.
Conviene destacar que frecuentemente presentan perforaciones, como en el caso del objeto que nos ocupa, lo cual indica que se diseñaron para enjoyar atuendos, por lo que se portaban en el mismo cuerpo de las personas. Es así que, a excepción de las representaciones de edificios, el resto de las formas antes referidas, pudieron insertarse en sartales; incluso hay máscaras que presentan un solo orificio en la parte superior, apto para que fueran colgadas, más que para ser sobrepuestas. Cabe suponer que estas joyas se lucieron tanto en el ámbito de los vivos con en el funerario; y, asimismo, se sabe que fueron ofrendadas al margen de la asociación con restos humanos, al modo de depósitos rituales.