En la época prehispánica cada parte del cuerpo tenía un simbolismo. Había, en ocasiones, elementos que nosotros no conceptualizamos y que existían para aquellos grupos humanos, en otros casos, encontramos partes del cuerpo que nosotros nombramos y no existían en las sociedades mesoamericanas. En este caso, tres partes del cuerpo eran fundamentales para la existencia del hombre: el corazón, el hígado y la cabeza. Esto se debía a que estas partes eran receptáculos del “alma”. Ahí residían las fuerzas divinas. En la cabeza moraba el tonalli, fuerza dada por el sol y que en buena medida determinaba la suerte del individuo y su habilidad en las actividades. Por ello, muchas veces se elaboraban estas partes del cuerpo como un representante que afectara y tuviera el poder de aquello representado.
La pieza 1429 es sólo parte de una escultura completa que representaba a un hombre y que debió alcanzar cerca del metro de altura, pero de ella sólo nos queda la cabeza. La escultura está tallada en roca basáltica y presenta un rostro ovalado, se marca el arco ciliar y dentro tiene un orificio en el lugar de los ojos, lo que hace suponer que éstos se representaban con conchas o piedras, dándole un mayor realismo y expresividad a la escultura. La boca se encuentra entreabierta, siguiendo la convención de las esculturas del Posclásico, y en el trabajo del rostro se destaca la barbilla y los pómulos, mostrándonos el talento del escultor. Las orejas se plasman como dos rectángulos planos y apenas se hacen visibles unas ligeras incisiones que nos muestran la forma de un hongo, característica de la tradición estilística Mixteca-Puebla.
En la parte superior, la escultura posee una banda plana y en la zona posterior se deja entrever gruesas líneas incisas que representan la pictografía que se utilizaba en el Posclásico tardío para representar el cabello. Por último, una forma cilíndrica simula el cuello de la escultura.
La pieza tiene rasgos estilísticos como la oreja en forma de hongo, las gruesas líneas para denotar el cabello y la boca entreabierta, que de forma indudable nos muestran una escultura del Posclásico tardío. Lamentablemente no posee otro rasgo que nos permita identificar su identidad.
Aunado a esto, la pieza es un ejemplo de la violencia a las imágenes y sus representaciones. Ya que muchas de éstas, como la que nos ocupa, simbolizaba a alguien con poder o una idea vinculada al mismo, por ello, cuando aquello que representaban dejaba de tener una autoridad simbólica o política eran violentadas, se trataba de borrar su rostro, de destruirlas y con ello, la fuerza que contenían. Esto se puede ver en distintas representaciones de Mesoamérica: en las monumentales cabezas olmecas que tienen trepanaciones que buscaban destruir su rostro; en códices donde se ve el raspado de la superficie pictórica para borrar a un personaje en específico y en las esculturas, donde la destrucción se hizo más evidentes, como es el caso de la presente pieza.
En la época prehispánica cada parte del cuerpo tenía un simbolismo. Había, en ocasiones, elementos que nosotros no conceptualizamos y que existían para aquellos grupos humanos, en otros casos, encontramos partes del cuerpo que nosotros nombramos y no existían en las sociedades mesoamericanas. En este caso, tres partes del cuerpo eran fundamentales para la existencia del hombre: el corazón, el hígado y la cabeza. Esto se debía a que estas partes eran receptáculos del “alma”. Ahí residían las fuerzas divinas. En la cabeza moraba el tonalli, fuerza dada por el sol y que en buena medida determinaba la suerte del individuo y su habilidad en las actividades. Por ello, muchas veces se elaboraban estas partes del cuerpo como un representante que afectara y tuviera el poder de aquello representado.