Hachas, yugos y palmas, corresponden a un complejo de pequeñas esculturas que durante el período Clásico se extendieron por buena parte del sur de Mesoamérica. Asociadas con el juego ritual de la pelota y formando parte de la ofrenda depositada en las tumbas de personajes de alto rango, se encuentran siempre relacionadas con las manifestaciones materiales de la antigua civilización de El Tajín.
Se fabricaron por lo regular en piedras duras obtenidas en la montaña de Veracruz pero en la llanura costera del Golfo, en la región que fuera alguna vez el núcleo político y económico del “mundo” de El Tajín, también hay piezas talladas en roca arenisca, piedra común en tierra caliente. Aunque ciertamente más frágiles que las fabricadas en basalto o en roca metamórfica, la suavidad de este último material permitía alcanzar una delicadeza en la talla verdaderamente sorprendente. No son muchas las que han sobrevivido de ellas, todavía menos las que se conservan completas, así que esta pieza de la colección prehispánica del Museo Amparo llama poderosamente la atención.
Se trata de un hacha labrada en piedra suave que permite observar a una deidad propia del universo religioso de la civilización de El Tajín. Se trata más de la cara de un animal que la de un rostro humano pero en la piedra se suman sus atributos para expresar la identidad de una antigua deidad local. Este recurso en la construcción simbólica de los dioses es muy antiguo aunque la pieza seguramente fue labrada en la llanura costera del Golfo en algún momento del período Clásico.
Sin embargo, son tantas las deidades que concurren en el auge de su civilización, que aun siendo posible distinguir entre sus rasgos no podemos atinar el culto que presidían. Pareciera que en la religión de El Tajín participaba una infinidad de deidades, no es que no hubiera dioses mayores –si hacemos valer aquí esta expresión– pero junto con ellos existía una verdadera constelación de entidades anímicas que gobernaban sobre ámbitos muy diversos de la naturaleza. Algo así como los “dueños” en la religión de los totonacos, seres que influyen o que incluso determinan ciertos aspectos de la vida de los hombres porque saltan al paso o porque tienen la capacidad de hacer valer su condición divina. Son los que vigilan los montes, aquellos seres que viven dentro de los ríos, los pequeños “demonios” que siendo de aspecto temible buscan emboscarnos de noche.
Como podrá verse, hay una enorme variedad de ellos y ahora, como también debió suceder en la antigüedad, se encuentran profundamente arraigados en la experiencia religiosa de los pueblos. ¿Son acaso estas mismas criaturas las que se representan en las hachas de la cultura de El Tajín? En realidad no lo sabemos, pero queda claro que al hallarse retratados en los objetos más “sagrados” de esta civilización, ciertamente eran deidades que ocupaban una posición determinante en el juego ritual de la pelota y en la ofrenda funeraria de personajes importantes de la sociedad.
Hachas, yugos y palmas, corresponden a un complejo de pequeñas esculturas que durante el período Clásico se extendieron por buena parte del sur de Mesoamérica. Asociadas con el juego ritual de la pelota y formando parte de la ofrenda depositada en las tumbas de personajes de alto rango, se encuentran siempre relacionadas con las manifestaciones materiales de la antigua civilización de El Tajín.