En la escultura que aquí vemos, y que a primera vista algunos podrían calificar como tosca y burda, se distingue la figura de un hombre desnudo. Su postura es encorvada y se encuentra sentado en cuclillas con las rodillas al frente, mientras que los brazos están flexionados pegados al cuerpo, que reposa sobre un pequeño zócalo que le proporciona estabilidad a la figura.
Su volumen, encerrado en un solo bloque rectangular, se labró en dura piedra de manera extraordinariamente esquemática, por ello son notables algunos de los detalles que se esbozaron, por ejemplo, los dedos de las manos y de los pies están incisos, así como la manera en la que se trabajó el rostro.
Sobresale el hecho de que entre los rasgos faciales de esta cara alargada, las orejas se tallaron siguiendo elaboradas formas curvilíneas. En su forma y diseño remiten a la manera en la que se representa este órgano del cuerpo humano en los códices tardíos. También, tanto los ojos redondos, que están incisos en la roca, como la boca abultada y la nariz prominente y expresiva en el conjunto del rostro, le otorgan a nuestro personaje un conjunto de rasgos un tanto adormecidos.
Nuestra escultura es una manifestación pétrea que, a partir de trazos angulares y formas geométricas, establece y demuestra las diferentes maneras –funcional y figurativa-, que se manifestaron en el arte de los antiguos mexicanos, sin la necesidad de seguir los cánones naturalistas del arte occidental.
Poco probable resulta que el escultor de nuestra pieza, evidentemente un escultor experimentado, haya tenido como finalidad representar un hombre de manera realista y, en cambio, cabe suponer que a partir de los volúmenes esculpidos, su propósito era plasmar en la dura roca conceptos religiosos que en cierta medida ahora nos resultan desconocidos. Primero labró las formas en la roca con instrumentos de piedra, puesto que en la época prehispánica no se contaba con herramientas de metal, y logró la forma general de la pieza, posteriormente ésta recibió un pulimiento con arenas y agua así como un trabajo de detalle que llevó a cabo con instrumentos punzocortantes hechos de piedra.
Debido que se ignora el contexto en el que esta escultura se utilizó, nos es imposible determinar su función. No obstante, y aunque de igual modo se puede rechazar toda interpretación que entienda a nuestra escultura como una efigie divina, o imaginarla como la representación de un penitente, cabe pensar en la representación en piedra de alguna deidad importante en el seno de la sociedad que la concibió.
Nuestra escultura es en todo caso una pieza portátil, y en este sentido cabe pensar que se concibió de manera independiente y para ser mostrada de manera exenta de un espacio arquitectónico u otra edificación, aunque probablemente yacía en el interior de un contexto sagrado. Aunque con otras esculturas, labradas con trazos angulares y formas geométricas muy semejantes, y que presentaban temáticas asociadas, sin duda habría recibido oblaciones y ofrendas, inciensos y sahumerios. Por lo que, pese a su aparente tosquedad y falta de detalle, nuestra escultura es reflejo de una tradición que elaboró esculturas de formato mediano para cumplir funciones rituales.