La cabeza corta con mandíbula cuadrada, las orejas chicas, redondeadas y erguidas, la nariz ancha y aplanada, así como el hocico grande, permiten identificar que el animal modelado es un jaguar. A diferencia de las imágenes de este felino más reconocidas en el arte mesoamericano, nuestra pieza se aprecia esquemática y un tanto cómica, con los ojos abultados, entrecerrados e inclinados hacia abajo, y al respecto conviene decir que numerosas piezas del estilo Ameca-Etzatlán presentan rasgos que podemos calificar como caricaturescos en cuanto a la deformación exagerada de los modelos naturales.
La fauna no fue un tema privilegiado en la escultura de los talleres cerámicos en los valles centrales de Jalisco, donde se gestó dicha modalidad estilística, una de las principales de la cultura de las tumbas de tiro. En este desarrollo, los animales destacan en la zona de Colima, en el estilo Comala, tanto por su abundancia como por su representación realista; hay que notar que el jaguar no destaca en el repertorio figurado, pero sí uno cuyo simbolismo se emparienta con el felino: seguramente el perro es el animal más recurrente en el imaginario de esta cultura.
En la cosmovisión mesoamericana, ambos pertenecen al ámbito inframundano, el estrato inferior del universo al que se atribuyen cualidades acuáticas y se relaciona con la noche y los muertos. La vinculación del perro y el jaguar con el inframundo no es fortuita, en buena medida se sustenta en sus características biológicas, pues ambos son virtuosos nadadores y tienen hábitos nocturnos. Como evidencia de este enlace cultural del perro y el jaguar, existen esculturas de perros de estilo Comala con la piel manchada del jaguar. Además hay obras, una de ellas en el Museo Amparo, en las que el cuerpo del jaguar se asocia con una vasija, como es el caso de nuestra “Olla-jaguar”.
En este arte, y en el de Mesoamérica en lo general, el simbolismo de este tipo de recipientes, en particular ollas o cántaros, es acuático, remite a contenedores de agua, lo que nos lleva al carácter hídrico del inframundo, en tanto que se pensaba como el gran océano primigenio y el lugar donde tiene su origen toda el agua que circula en el mundo.
En nuestra pieza también llama la atención su color negro, el cual es producto de un proceso de ahumado. Posiblemente se hizo con la intención de crear la imagen de un jaguar negro, aquellos en los que la coloración amarilla de la piel es sustituida por un tono pardo u oscuro debido a que tienen una gran cantidad de melanóforos, células que producen ese cromatismo. Acorde con el simbolismo del jaguar, pudiera inferirse que con dicho color, así como con la intrínseca unión con una forma de vasija, los artistas pretendieron enfatizar sus cualidades inframundanas. En este mismo sentido, se añade que con alta probabilidad la obra fue usada como una ofrenda funeraria en una sepultura, por lo que la conexión con el estrato inferior del cosmos y los muertos es directa.
La cabeza corta con mandíbula cuadrada, las orejas chicas, redondeadas y erguidas, la nariz ancha y aplanada, así como el hocico grande, permiten identificar que el animal modelado es un jaguar. A diferencia de las imágenes de este felino más reconocidas en el arte mesoamericano, nuestra pieza se aprecia esquemática y un tanto cómica, con los ojos abultados, entrecerrados e inclinados hacia abajo, y al respecto conviene decir que numerosas piezas del estilo Ameca-Etzatlán presentan rasgos que podemos calificar como caricaturescos en cuanto a la deformación exagerada de los modelos naturales.