En las excavaciones del Montículo 2 de El Zapotal fueron halladas como parte de un mismo vertedero ceremonial un número importante de grandes figuras de barro. Bautizadas como Cihuatetéotl en lengua náhuatl, misma que para entonces no se hablaría en esta parte de Veracruz, son imágenes monumentales de una deidad femenina probablemente relacionada con la práctica agrícola, con el trabajo en la milpa y con la fertilidad misma. Todas aparecieron deliberadamente rotas –“matadas” ritualmente– dentro del vertedero ceremonial y no son los únicos ejemplos que conocemos de figuras de terracota cuya altura supera fácilmente el metro y medio. La escultura de El Cocuite, también hecha de barro y de casi dos metros de alto, tuvo que ser fabricada en dos secciones independientes, mismas que embonan perfectamente en la cintura de un prisionero de guerra que lleva una soga en el cuello y que se halla prácticamente desnudo.
La fabricación de grandes “esculturas” de barro es un fenómeno artesanal que distingue al sur de Veracruz y que parece circunscrito al período Clásico. Sin embargo, no fueron los únicos objetos de gran tamaño que se elaboraron en los talleres de los ceramistas locales, también se produjeron braseros ceremoniales de dimensiones sorprendentes. Fue Medellín Zenil quien encontró en sus excavaciones en Nopiloa el primer ejemplo que conocemos de ellos, según el propio Medellín, formaba parte de una rica ofrenda depositada en el entierro de un personaje de alto rango. La decoración del brasero le pareció a Medellín representar “orejeras y un motivo semejante a la máscara bucal de Tláloc, el dios de la lluvia”.
El brasero que aquí nos ocupa y que forma parte de la colección prehispánica del Museo Amparo ha llegado hasta nosotros “extrañamente completo”, formado por piezas fabricadas por separado y luego ensambladas en un objeto a todas luces excepcional. Lo constituye un recipiente con la efigie de una deidad de grandes ojos circulares, boca con colmillos y una insólita nariz, además de una chimenea cónica que servía para conducir el humo durante la combustión de las resinas aromáticas. El conducto remata en un objeto con motivos decorativos calados en el barro fresco y ocho cuchillos semejantes a los de pedernal que se distribuyen a cada lado del cilindro.
El rostro de la deidad, en su mayoría formado por placas de barro de hechura independiente y algunas fabricadas con moldes, no recuerda en realidad el contexto simbólico de ninguna divinidad del panteón mesoamericano. Los cuchillos que salen a ambos lados de los ojos, la forma misma de una boca vuelta hocico y la nariz surgida del montaje de pequeños tubos de barro, no concuerdan con la iconografía de los dioses del centro de Veracruz. Quizá la única excepción sean las placas de barro que asoman a los lados de la cara y cuya ornamentación guarda ciertas similitudes con el popular motivo de la cabeza de serpiente, un “monstruo de la tierra” cuyos orígenes en la región de la Mixtequilla pueden trazarse a partir de Monte Albán.
En las excavaciones del Montículo 2 de El Zapotal fueron halladas como parte de un mismo vertedero ceremonial un número importante de grandes figuras de barro. Bautizadas como Cihuatetéotl en lengua náhuatl, misma que para entonces no se hablaría en esta parte de Veracruz, son imágenes monumentales de una deidad femenina probablemente relacionada con la práctica agrícola, con el trabajo en la milpa y con la fertilidad misma. Todas aparecieron deliberadamente rotas –“matadas” ritualmente– dentro del vertedero ceremonial y no son los únicos ejemplos que conocemos de figuras de terracota cuya altura supera fácilmente el metro y medio. La escultura de El Cocuite, también hecha de barro y de casi dos metros de alto, tuvo que ser fabricada en dos secciones independientes, mismas que embonan perfectamente en la cintura de un prisionero de guerra que lleva una soga en el cuello y que se halla prácticamente desnudo.