Probablemente no sería inexacto afirmar que las culturas del Occidente de Mesoamérica, caracterizadas por la fabricación de tumbas de tiro, destacan como aquellas que tuvieron los ceramistas más creativos del México antiguo. No parece que podamos encontrar la misma variedad de esculturas antropomorfas de barro en ninguna otra región. Cada pequeña zona tenía su estilo propio; la diversidad de tamaños, estrategias de abstracción, posturas y gestos es enorme. La expresión de los personajes cambia tanto como el colorido y el acabado de las piezas.
Lo propio del arte cerámico de las tumbas de tiro es la variedad; pero dentro de esa pluralidad de obras hay también una homogeneidad notable: siempre se trata de la figura humana, ya en reposo, ya en acción, con posturas más o menos naturales, apoyada, sentada, gesticulando. Se ha dicho con razón que este arte funerario encierra la paradoja de su enorme vitalidad.
Es un tema pendiente de más estudios el de la función específica de las figuras antropomorfas que se colocaban en las tumbas mesoamericanas. Se trata de una práctica que comenzó en el Preclásico, tuvo su apogeo en el Clásico (en el Occidente, en la cuenca media del Balsas y en Oaxaca) y no concluyó hasta los días de la Conquista.
La hipótesis más repetida califica a estas figuras como “acompañantes”; serían personas, posiblemente parientes de los difuntos, que contribuirían a crear un escenario familiar y “vital” para ese individuo que había muerto y cuya alma, sin embargo, permanecía viva, según la creencia mesoamericana, y un tanto errante por al menos cuatro años, hasta que llegaba en definitiva a la morada de los muertos.
Estas piezas en particular son notables por su elocuencia y expresividad; las dos están sentadas en cuclillas, con las manos al piso. El uso de ese pequeño tanate colgando a la espalda podría relacionarse con la siembra o bien con la presentación de una ofrenda, si la interpretamos en el sentido de las bolsas de copal de otras regiones. Los jorobados serían probablemente sirvientes o esclavos de una corte señorial, por modesta que ésta fuese.
Probablemente no sería inexacto afirmar que las culturas del Occidente de Mesoamérica, caracterizadas por la fabricación de tumbas de tiro, destacan como aquellas que tuvieron los ceramistas más creativos del México antiguo. No parece que podamos encontrar la misma variedad de esculturas antropomorfas de barro en ninguna otra región. Cada pequeña zona tenía su estilo propio; la diversidad de tamaños, estrategias de abstracción, posturas y gestos es enorme. La expresión de los personajes cambia tanto como el colorido y el acabado de las piezas.