El atuendo de la mujer representada en esta pequeña escultura es llamativo por el papel que parece haber tenido las mujeres en las grandes festividades que se celebraban en estos tiempos antiguos en el Valle de México. La cara presenta los elementos típicos de la tradición D y en particular la pupila detallada con una perforación circular al centro. Pero lo singular es que no parece ser la cara del personaje sino una máscara un poco más pequeña que su propia cara escondida tras la máscara, que se prolonga en un tocado ovalado altísimo que obligaba a la bailarina a moverse con gran habilidad para guardar el tocado en equilibrio mientras su cuerpo se movía al ritmo de las sonajas atadas en dos hileras al borde del pantalón que tenía puesto debajo de la cintura.
Los senos descubiertos y delicadamente modelados no dejan duda sobre el sexo de la bailarina. La máscara está delimitada por una banda frontal de la cual cuelgan dos largas tiras o mechones que pasan atrás de las orejeras en forma de disco perforado. Quedan restos de la pintura facial que consistía en una banda vertical debajo de cada ojo. El interior de la boca entreabierta también tiene pintura roja que podemos relacionar con el hábito que las mujeres conservaban todavía en el momento de la Conquista de pintar los dientes con grana de la cochinilla. El escultor parece también haber querido aludir a la mutilación dental que practicaba una minoría de la población.
Los ritmos sonoros y los pasos solemnes de esa bailarina enmascarada que guardaba en equilibrio su alto tocado nos ilustran sobre el tipo de danzas en que se pueden haber utilizado las numerosas máscaras de barro encontradas en los ajuares funerarios de Tlatilco.
El atuendo de la mujer representada en esta pequeña escultura es llamativo por el papel que parece haber tenido las mujeres en las grandes festividades que se celebraban en estos tiempos antiguos en el Valle de México. La cara presenta los elementos típicos de la tradición D y en particular la pupila detallada con una perforación circular al centro. Pero lo singular es que no parece ser la cara del personaje sino una máscara un poco más pequeña que su propia cara escondida tras la máscara, que se prolonga en un tocado ovalado altísimo que obligaba a la bailarina a moverse con gran habilidad para guardar el tocado en equilibrio mientras su cuerpo se movía al ritmo de las sonajas atadas en dos hileras al borde del pantalón que tenía puesto debajo de la cintura.