Región | Nueva España | Período 3 | Siglo XVIII |
Período 4 | Siglo XVIII |
Técnica | Óleo sobre tela |
No. registro | VS.BI.011 |
Período | Siglo XVIII |
Medidas | 120 x 101 cm |
Investigador |
En la Colección de Arte Virreinal del Museo Amparo existen varias pinturas y algunas esculturas que representan a san Juan Nepomuceno, lo que refleja la popularidad de dicho santo en el siglo XVIII. La pintura de Miguel Cabrera que lo muestra orando, ante un crucifijo, es sin duda una pieza sutil, contenida, y al mismo tiempo efectiva, pues exhibe un momento de reflexión íntimo, en sintonía con el giro que dio la pintura hacia mediados del siglo XVIII, acorde por completo también con el mensaje principal del santo como patrón de la buena fama y en contra de las maledicencias y calumnias.
Nepomuceno nació en Bohemia hacia mediados del siglo XIV. La leyenda cuenta que guardó el secreto de confesión ante la sospecha del tirano rey Wenceslao de que su esposa, Sofía de Bavaria, lo engañaba. Como se negó a decirle lo que ella confesaba, el rey lo mandó a torturar. Más tarde, Nepomuceno fue nombrado arzobispo y apoyó el nombramiento de un abad fiel a Roma y no al rey, por lo que el tirano decidió darle muerte mandando a que lo arrojaran de un puente en el río Moldava. Su vida, por lo tanto, sirvió como modelo sacerdotal: fiel a Roma y al secreto de confesión.
Por algunas controversias sobre el personaje histórico, su culto tardó muchos años en oficializarse, ya que había quien opinaba que parte de su leyenda pertenecía a otros personajes. Sin embargo, hacia 1719 fue beatificado, y como parte de estas celebraciones se abrió su tumba y se sacó lo que se dijo que era su lengua. Al insistirse en su canonización, ésta se colocó en un relicario y, en 1725 se vio cómo se reanimaba y crecía de tamaño por unas horas, pasando de gris y seca, a roja. Es por ello que en ocasiones se representa una lengua en los confesionarios recordando a los sacerdotes su promesa de guardar el secreto de confesión, como lo había hecho Nepomuceno.
Los jesuitas fueron los principales promotores de su culto en la Nueva España, pues en 1731 lo nombraron copatrono de su orden. Sin embargo, muchas corporaciones también se dedicaron al santo por precisar su protección ante la mala fama y las calumnias. En 1743 la Universidad de México lo nombró uno de sus patronos, en tanto que uno de sus biógrafos fue Juan Antonio de Oviedo, capellán de la casa Profesa de México.[1] Cuando fueron expulsados los jesuitas se evocaba al santo para señalar que ellos mismos fueron presa de calumnias.
Cabrera lo pintó en un espacio neutro, enmarcado por una especie de ventana oval. Nepomuceno mira fijamente un cráneo, en tanto que un crucifijo que lleva en la mano más bien está a la vista del espectador, como si se invitara a mirarlo, lo mismo que un libro con las páginas abiertas en donde se lee: “Tacui Semper, Silui Patiens/Fui. Isaiae Cap. XLII”, lo que significa: “Estuve en paz y callado, y fui paciente, (Isaías 42:14). Esa paciencia y recatamiento se reflejan en la pintura en la selección armoniosa y sin contrastes de todos los elementos de la obra, así como la de los colores usados. En lugar de una aureola, Cabrera pintó un stellarium, es decir, una corona de estrellas que indican su santidad.
Esta pieza se distingue por su sobriedad, incluso dentro de la creación del mismo artífice, que pintó infinidad de veces al santo, varias de ellas incluso casi en la misma posición. Como ejemplo de ello se puede comparar la pieza del Museo con la resguardada en el Ex Convento de Santa Mónica, en Puebla, en donde un par de querubines y un ángel lo acompañan, siendo que el ser alado concentra mayor expresividad al hacer la seña de silencio mirando directamente al espectador.
La obra del Museo Amparo fue observada con luz ultravioleta (UV) para analizar la firma, encontrándose que en una restauración anterior la signatura fue un poco remarcada, probablemente porque se estaba perdiendo. Sin embargo, el análisis indicó que es original, lo que coincide con la gran calidad de la pieza.
[1]. Gutiérrez Haces, Juana, “Comentario a la obra San Juan Nepomuceno, de Francisco Antonio Vallejo”, en Tesoros del Museo Soumaya de México, México, BBVA, 2004, pp. 183-184.