Miguel Cabrera fue el pintor novohispano más reconocido de mediados del siglo XVIII. Trabajó para laicos, órdenes religiosas y clero secular; fue nombrado pintor de cámara del arzobispo de México, Manuel José Rubio y Salinas, y alcanzó una holgada posición económica al final de su vida.
Para los templos y colegios de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús -uno de sus principales clientes- realizó numerosas obras. La iglesia de San Francisco Javier de Tepotzotlán, Estado de México, es hoy en día su trabajo más complejo y que mejor lo representa. En su creación se desempeñó como un artista integral aplicando conocimientos y experiencias no sólo del pintor, sino también del escultor, del arquitecto y, por si fuera poco, del músico.