Este cuadro presenta gran interés iconográfico, pese a su estado de conservación y su factura de carácter más local. Se relaciona con las representaciones de la Virgen de Guadalupe que se rodean de flores, y así como las cuatro apariciones de manera similar a como las había grabado Matías de Arteaga y Alfaro (1685). Sin embargo, en esta obra aparecen singularidades importantes que merecen ser destacadas.
En primer lugar, cada una de las escenas narrativas se forma utilizando dos de los lados del rectángulo que demarca el límite de la pintura, por lo que al interior se conforma una especie de cruz con la Guadalupana al centro. A cada lado de lo que sería el transepto, se pintó un símbolo de la letanía lauretana: la torre de David a la derecha y la puerta del cielo a la izquierda, elementos poco frecuentes y que resaltan la pureza de María. En el cabezal de esta especie de cruz se ubica el Espíritu Santo y un poco más abajo unos ángeles acercan una corona imperial a la Virgen. A los pies se ubica el Santuario de Guadalupe, como a veces ocurre en este tipo de imágenes, para señalar y arraigar la mariofanía, es decir, la aparición de la Virgen en ese lugar determinado.
En la representación del Santuario también se encuentran peculiaridades que deben ser estudiadas a profundidad. Pese a que el estado de conservación de esa zona de la imagen es muy pobre y se han perdido capas pictóricas, aparecen el templo y una construcción muy grande al lado de éste, así como la Capilla del Cerrito. Es fácil distinguir que la iglesia es aquella que se había inaugurado tras su renovación en 1709, pero no resulta igualmente sencillo saber qué edificio es el que está a su lado, por su tamaño y apariencia, y por el hecho de no coincidir con la fecha de construcción de otros elementos del Santuario. En el cerro no aparece ninguna de las escaleras que se construyeron en distintas fechas del siglo XVIII a partir de la remodelación de la Capilla del Cerrito hacia mediados del mismo siglo, ni la Vela del Marino a uno de los lados, estructuras que tendrían que representarse de ser una obra tardía que recogiera la edificación del Convento de Capuchinas (entre 1782 y 1787), por lo que cabe la posibilidad de que la obra sea más temprana. Estas inconsistencias podrían ser materia de un estudio mayor, pero por lo pronto debe señalarse que se trata de una representación inusual y de gran interés en la iconografía guadalupana.
Este cuadro presenta gran interés iconográfico, pese a su estado de conservación y su factura de carácter más local. Se relaciona con las representaciones de la Virgen de Guadalupe que se rodean de flores, y así como las cuatro apariciones de manera similar a como las había grabado Matías de Arteaga y Alfaro (1685). Sin embargo, en esta obra aparecen singularidades importantes que merecen ser destacadas.