Salas de Arte Virreinal y Siglo XIX
Retrato de la señora Amparo Rugarcía de Espinosa  | Salas de Arte Virreinal y Siglo XIX | Museo Amparo, Puebla
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Diego Rivera

Retrato de la señora Amparo Rugarcía de Espinosa

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Período 3 Siglo XX
Período 4 Siglo XX
Año 1952
Técnica Óleo sobre lienzo
No. registro 2000.DIRI.002
Período Siglo XX
Medidas 162   x 182  cm
Investigador

El Retrato de la señora Amparo Rugarcía de Espinosa es una pintura de refinada simplicidad. La modelo, sentada sobre una tela morada y acompañada de alcatraces, inclina levemente su rostro, esbozando una sonrisa. Luce un vestido negro y joyas aderezadas con perlas. Su aristocrática imagen se complementa con un magnífico rebozo color magenta anudado que descansa sobre su regazo. La relación complementaria entre el verde y amarillo (del fondo y las flores) y la gama de rojos (telas, uñas y labios) añaden armonía a una obra que demuestra un sólido equilibrio compositivo, afianzado por diagonales que convergen a la altura de las manos de doña Amparo.  

La mujer fue un tema fundamental en la concepción artística de Diego Rivera. Un buen número de las mujeres que habitan su obra pública son potencias creadoras, inspiradoras de vida. En el ámbito privado, las mujeres que retrató también proyectan energía vital, de ahí que muchas se acompañen de flores, frutos o bien muestren su sensualidad a través de su cuerpo. 

Los alcatraces que flanquean a la señora Amparo Rugarcía -esposa del empresario y banquero don Manuel Espinosa Yglesias- replican el porte distinguido de la modelo, su belleza y vitalidad. Estas flores constituyen un motivo recurrente en la obra de caballete de Diego Rivera. Las pintó por primera vez en 1925, en el célebre cuadro Festival de las flores, y continuó recreándolas durante las décadas subsecuentes, especialmente a partir de los años cuarenta, bien representando a vendedoras de flores en distintas variaciones sobre el tema; bien usándolas como recurso formal en retratos, como el de Natasha Gelman (1943) y el de Enriqueta Dávila (1949) o el Desnudo con alcatraces (1944).

Para la década de los años cincuenta, los “alcatraces de Rivera” forman parte de una iconografía mexicana. Asimismo, el rebozo es un objeto cargado de significado nacionalista, por su origen vernáculo y mestizo. El que se ve en este retrato es un ejemplar de Santa María del Río, San Luis Potosí, donde se fabrican los más finos rebozos de México. La extensión de la prenda, así como su elaborado rapacejo trenzado, son inusualmente largos; es una pieza singular, probablemente elaborada sobre pedido. El uso del rebozo se adoptó y difundió entre las mujeres de la élite mexicana en las décadas posteriores a la Revolución, cuando la labor artesanal se integró al discurso sobre la identidad nacional y se entendió al arte popular como recipiente del “alma del pueblo”.  

En el retrato de la señora Amparo se produce una tensión significativa entre la sobria elegancia de su atuendo y el soberbio rebozo: expresa sutilmente la dialéctica entre modernidad y tradición que caracterizó a la cultura mexicana posrevolucionaria. Para la década de los años cincuenta, Diego Rivera era un artista consagrado cuyo “estilo nacional” se fincaba tanto en la modernidad cosmopolita como en la tradición autóctona.

En la época en que pintó el retrato analizado, trabajaba en proyectos donde interpretaba técnicas y temáticas de la antigüedad indígena con un sentido moderno, como es el caso de la fuente de Tláloc en el Bosque de Chapultepec y el mosaico mural que realizó en el muro exterior del estadio olímpico de Ciudad Universitaria.

El Retrato de la señora Amparo Rugarcía de Espinosa es una pintura de refinada simplicidad. La modelo, sentada sobre una tela morada y acompañada de alcatraces, inclina levemente su rostro, esbozando una sonrisa. Luce un vestido negro y joyas aderezadas con perlas. Su aristocrática imagen se complementa con un magnífico rebozo color magenta anudado que descansa sobre su regazo. La relación complementaria entre el verde y amarillo (del fondo y las flores) y la gama de rojos (telas, uñas y labios) añaden armonía a una obra que demuestra un sólido equilibrio compositivo, afianzado por diagonales que convergen a la altura de las manos de doña Amparo.  

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