Pareja de pebeteros fijos a sus correspondientes platos de protección. Sobre tres patas de tornapuntas foliáceas en forma de doble ces contrapuestas, el recipiente para las brasas adopta configuración de media naranja con orilla saliente y escalonada, festoneada en el borde con crestería compuesta por diminutos gallones. En medio de los tres soportes se disponen otros tantos pabellones o guirnaldas de paños colgantes y flores que, encadenados a las cuatro argollas que sobresalen de la parte superior del cuenco, oscilan al menor movimiento. En plata fundida y cincelada, culminan en su extremo inferior en sendos roleos contrapuestos coronados por una crucifolia.
El plato que lo recibe es también circular, dotado de amplia orilla volada, que se eleva en escalón desde el fondo del recipiente; en tanto que el borde se halla recorrido por rosario de botoncillos relevados. Motivos de rocallas, hojas, acantos y tallos en roleo se adueñan de todas las superficies y dibujan tanto en el centro del plato como en el fondo del recipiente una flor sextapétala. De repujado planiforme y diseño simétrico, la decoración se destaca, como es habitual, sobre los fondos matizados con puntos incisos.
Según Cristina Esteras, la costumbre de perfumar las estancias con estos pequeños braserillos o pebeteros de mesa destinados a quemar sustancias aromáticas se puso de moda en México y Guatemala, siguiendo la tradición hispánica, en la década de 1760[1].
El modelo adoptado en un primer momento, impuesto en la corte virreinal coincidiendo con el rococó, se define por su braserillo-trípode de cuenco semiesférico y pabellones colgantes, cordones florales o guirnaldas intercaladas entre las patas que acusan ya el gusto neoclásico. A este diseño se acomodan los pebeteros del Museo Amparo, cuyo ornato de rocallas hacen factible una datación en torno a 1770-1780. No obstante, y frente a los ejemplares publicados y conocidos, lisos y sin ornato, ambas piezas se diferencian por la tupida decoración que cubre tanto las superficies del plato como del pocillo. Con posterioridad, este modelo de braserillo evolucionará en México para adoptar, durante el neoclasicismo, copa abierta y gallonada a modo de cáliz floral. Ampliamente reproducido a lo largo de la primera mitad del siglo XIX, presenta preferentemente un solo vástago, a veces escultórico, en tanto que la bandeja ofrece forma de góndola o circular[2].
[1]. Cfr. Esteras Martín, 1989: pp. 294-295, nº 84; y 1994: pp. 168-169, nº 63.
[2]. Cfr. Valle-Arizpe, 1941: figs. 116. I, 117. I y II, 118. I; Anderson, 1941: tomo II, figs. 7, 29, 39, 40, 55, 56, 57, 58, 115, 135, 136 y 168; y Esteras Martín, 1986: pp. 111, nº 59; 1989: pp. 362-363, nº 117; 1992: pp. 323-324, nº 146; y AA VV, 1994: p. 89, nº 182, p. 90, nº 184.
Fuentes:
AA VV, La Platería Mexicana, México, INAH, 1994.
Anderson, Lawrence, El arte de la platería en México, 1519-1936, Nueva York, Oxford University, 1941.
Esteras Martín, Cristina, La platería del Museo Franz Mayer. Obras escogidas. Siglos XVI-XIX, México, Museo Franz Mayer, 1992.
_____, Orfebrería hispanoamericana. Siglos XVI-XIX. Obras civiles y religiosas en templos, museos y colecciones españolas, Madrid, Instituto de Cooperación Iberoamericana, 1986.
_____, “Plata labrada mexicana en España. Del Renacimiento al neoclasicismo”, en México en el Mundo de las colecciones de Arte. Nueva España 2, México, Grupo Azabache, 1994
_____, “Platería virreinal novohispana. Siglos XVI-XIX”, en El arte de la platería mexicana. 500 años, México, Centro Cultural Arte Contemporáneo, 1989.
Valle Arizpe, Artemio de, Notas de Platería, México, Polis, 1941.