Los más de mil kilómetros de litoral marino que separan la Huasteca de la costa de Campeche, toda tierra de “grandes calores”, muy húmeda y marcada por rasgos culturales distintos, fueron objeto de múltiples contactos comerciales. Siguiendo las playas del Golfo, viajaron canastos repletos de obsidianas, de basalto para la fabricación de metates, de piedra pómez y de toda clase de productos venidos de la montaña. El mar tuvo un papel fundamental en el intercambio comercial a larga distancia, se navegaba en grandes cayucos fabricados de una sola pieza de madera.
Las canoas tocaban tierra buscando el abrigo de puertos bien establecidos en la costa o en pequeños islotes servidos de muelles. En estas mismas canoas y desde distintos sitios de la Laguna de Tamiahua o de las desembocaduras de los grandes ríos que cruzan el sur de Tamaulipas y el norte de Veracruz, viajaban a lo largo de la Costa del Golfo de México grandes cantidades de objetos finamente elaborados en concha. La Huasteca cobró fama en tiempos prehispánicos por la calidad excepcional de los trabajos de joyería que fabricaban sus artesanos. Se trata de adornos personales que suelen aparecer en las tumbas de los individuos de la más alta jerarquía social.
El Museo Amparo conserva una importante colección de piezas prehispánicas formada por vasijas y figurillas cerámicas, además de numerosos artefactos de concha y hueso que en conjunto parecen señalar la cuenca del río Pánuco como su posible lugar de procedencia. El anillo finamente pulido que es aquí de nuestro interés fue tallado a partir de un caracol. En la parte alta del mismo incorpora a manera de elemento decorativo una pequeña espiga de forma semiesférica obtenida del mismo trozo de un material marino especialmente compacto y por ello capaz de ser pulido hasta obtener un acabado muy brillante a pesar de que hoy haya desaparecido por razón de su prolongada exposición a una serie de factores medio ambientales, como es la acidez de la tierra con la que estuvo en contacto por tanto tiempo.
A pesar de que la propia historia de la colección del Museo ofrece datos concretos como para suponer que nuestro anillo es originario de la cuenca del río Pánuco, no hay manera de establecer el lugar preciso de su hallazgo. Proviene de un territorio muy dilatado que hace suya buena parte de la llanura costera del Golfo de México a la altura de la ciudad de Tampico, si es que hemos atinado en lo general en el área donde alguna vez fue depositado ritualmente como parte de una rica ofrenda funeraria. Lamentablemente, es algo que no se antoja posible dilucidar en el futuro si es que recordamos que se trata de objetos adquiridos a particulares, a comerciantes de arte prehispánico, y que no fueron obtenidos en excavaciones arqueológicas controladas.
Los más de mil kilómetros de litoral marino que separan la Huasteca de la costa de Campeche, toda tierra de “grandes calores”, muy húmeda y marcada por rasgos culturales distintos, fueron objeto de múltiples contactos comerciales. Siguiendo las playas del Golfo, viajaron canastos repletos de obsidianas, de basalto para la fabricación de metates, de piedra pómez y de toda clase de productos venidos de la montaña. El mar tuvo un papel fundamental en el intercambio comercial a larga distancia, se navegaba en grandes cayucos fabricados de una sola pieza de madera.