Dentro de la importante y abundante producción de cerámica plomiza, se encuentran vasijas de diferentes formas y decoraciones; lo que más llamó la atención, cuando se descubrió esta cerámica en el siglo XIX, fue su apariencia brillante y negruzca, lo que ha valido para que se le conozca con ese nombre. El tono jaspeado, la apariencia vidriada y cerosa del vaso se debe al engobe utilizado con altos contenidos de óxido de aluminio y hierro, responsables de la dureza y del color rojo de este tipo de vasijas plomizas. Las diversas tonalidades se producen por las diferentes concentraciones de estos minerales, la temperatura y factores accidentales durante la cocción.
Esta cerámica fue muy apreciada durante el Posclásico temprano (900-1200 d.C.) aunque se sabe que en el área maya, en la frontera de Chiapas y Guatemala, se empezó a producir una cerámica de este tipo, más burdo y sencillo que se le llamó cerámica plomiza San Juan, a fines del Clásico terminal (800-900 d.C.). Su período de auge se dio, sin embargo, con la fuerte demanda que existió durante la época tolteca, en donde se produjo más bien la tipo plomiza Tohil, como la de este caso. Muchas de estas vasijas fueron identificadas con símbolos y dioses toltecas, pero muchas otras, tienen formas y representaciones que recuerdan más los estilos mayas.
Los vasos cilíndricos como éste, son un tipo de vasijas plomizas que fueron más abundantes en la zona del Petén. En la cara frontal está adosada a la pared del vaso una máscara con rasgos mitad mono mitad humano, ésta se modeló y se alisó dejando una superficie muy tersa y completamente adherida a la pared de la vasija. En las cuencas huecas de la máscara se aprecian ojos humanos en el fondo; ésta parece terminar debajo de unos labios gruesos y una prominente barbilla del que la porta sobresale de ella.
A los lados de la misma, unas líneas esgrafiadas trazan dos brazos, dos manos y dos objetos portados por ellas: un tipo de abanico o estandarte de forma circular en la mano izquierda y, en la derecha, un cuchillo con forma de pedernal. En este vaso, llaman mucho la atención estas líneas esgrafiadas, trazadas después de la cocción. Los rasgos denotan una reutilización de la pieza en épocas que no necesariamente coinciden con el tiempo de su producción. Los decorados en retículas como los que se muestran, sobre todo, las líneas esgrafiadas para formar las manos y los brazos, no parecen corresponder a las convenciones de los mayas del Posclásico temprano. Debido a que es una cerámica muy dura, posiblemente estas líneas se trazaron con algún instrumento metálico puntiagudo tiempo después de su elaboración.
Dentro de la importante y abundante producción de cerámica plomiza, se encuentran vasijas de diferentes formas y decoraciones; lo que más llamó la atención, cuando se descubrió esta cerámica en el siglo XIX, fue su apariencia brillante y negruzca, lo que ha valido para que se le conozca con ese nombre. El tono jaspeado, la apariencia vidriada y cerosa del vaso se debe al engobe utilizado con altos contenidos de óxido de aluminio y hierro, responsables de la dureza y del color rojo de este tipo de vasijas plomizas. Las diversas tonalidades se producen por las diferentes concentraciones de estos minerales, la temperatura y factores accidentales durante la cocción.