La escultura en piedra adoptó rasgos muy distintos en las regiones de Mesoamérica. A diferencia de otros objetos, casi siempre sabemos de dónde procede una escultura antropomorfa, o a qué cultura y período pertenece. Las estrategias de abstracción y las opciones técnicas con las que se construyeron los estilos regionales expresaban también ciertos valores y la identidad de los reinos que los impulsaron.
Esta tendencia general del arte mesoamericano nos permite distinguir con facilidad una obra mexica como ésta. La escultura mexica, cercana a la tolteca, se caracteriza por un naturalismo contenido. Es decir, las obras se orientan claramente hacia la imitación de los atributos naturales de las personas y de las cosas pero no llevan la imitación de la realidad exterior a todos los detalles de la obra. Al contrario, hay una serie de rasgos que se estilizan de tal manera que se produce un esquema convencional, a la manera de lo que ocurre con las figuras de los códices.
Por ejemplo, en la escultura mexica las manos y los pies son más bien chatos, gruesos y redondeados. Hay un dibujo de curvas en el rostro pero casi nunca para fabricar rasgos de expresión emocional, tan sólo esos pómulos remarcados, la boca semi abierta. Es un naturalismo tal que convence, a la vez que no describe la expresión particular ni la identidad, como lo haría un retrato.
Esta pieza representa a una mujer, lo cual resulta claro por dos rasgos muy típicos del arte mexica. Por una parte tenemos un rasgo cultural, de la vida cotidiana, que la escultura recoge: el uso del quechquémitl, prenda exclusivamente femenina. Por otra parte tenemos lo que es en parte un rasgo cultural y en parte una convención plástica; se explica así: las mujeres, entre los mexicas, solían sentarse sobre sus piernas plegadas, a diferencia del sentado masculino típico que eran las cuclillas.
Pero había variantes, posiciones de reposo en las que una pierna se estiraba; y las mujeres llegaban a sentarse en taburetes en algunas ocasiones. Los escultores optaron, igual que los pintores de códices, por tomar una postura preferente, estereotipada y fija, que reflejaba una costumbre pero que a la vez configuraba una convención, para la identificación inequívoca del personaje. Las piernas plegadas identifican sin duda a una mujer.
El tocado, las coletas y la postura misma, con las manos sobre las rodillas, nos permiten comparar esta figura con representaciones de una diosa del maíz. Parece tratarse, en particular, de Xilonen, diosa del maíz tierno, como su nombre lo indica.