La técnica y el estilo de esta obra nos recuerda las piezas que solían colocarse para formar los grandes braseros teotihuacanos. Son creaciones contemporáneas y es muy probable que esta figura haya sido colocada al pie de uno de esos braseros. Se trata de una representación frontal cuyo reverso carece de cualquier imagen, sin duda fue hecha para posarse o pegarse sobre una superficie de mampostería o barro. Llama la atención su vivo colorido; era común que la cerámica teotihuacana de uso ceremonial fuera policromada; la técnica más sencilla consistía en pintar la pieza después de su cocción y sin la aplicación de ninguna otra masa o recubrimiento. Es la que se empleó en esta pieza.
Para su elaboración parece haberse recurrido a un procedimiento bastante común en Teotihuacán, que consiste en realizar algunas partes de la figura por medio de moldes y ensamblar luego dichas partes para completar el conjunto. En el caso de los braseros, las partes se añadían después de la cocción y se pegaban por medio de algún cemento. En esta pieza el ensamblado parece haberse producido antes de la cocción con una especie de pastillaje secundario: el rostro se colocó sobre una base plana y se superpuso la gran máscara zoomorfa, de manera que el rostro quedó atrapado. También parecen haberse adherido antes de la cocción los círculos concéntricos como joyas u orejeras que decoran la parte superior del cuerpo del personaje.
Detallada en algunos rasgos, como los labios y la nariz o -en el otro extremo- los dedos de los pies y las sandalias, la figura esquematiza el resto del cuerpo hasta el punto de quedar meramente sugerido por la ubicación y proporciones. El rostro y los pies son inconfundiblemente humanos.
En cuanto a la máscara, se trata de una criatura fantástica o mitológica, un híbrido, cosa común en Teotihuacán. Veamos de qué está formada: las fauces, los redondeados belfos y la nariz parecen los de un felino, un puma o jaguar; el contorno de los ojos decorado con perlas no corresponde con la imagen de ningún animal en especial, pero recuerda algunas representaciones frontales de águilas y otras aves. Sobre los ojos se abre un amplio tocado escindido en su centro, formado por las larguísimas plumas del quetzal. De la boca surge una gran lengua bífida, la lengua de una serpiente.
El animal cuya máscara porta el sacerdote es, entonces, un híbrido de felino, ave y reptil. Se trata de una combinación bastante común en la metrópoli. Sin ir más lejos, las representaciones que consideramos de Quetzalcóatl en la pirámide de la Ciudadela de Teotihuacán son serpientes con cabeza y fauces de felino, con los ojos, el cuello y el cuerpo en su conjunto cubiertos con las plumas ondulantes del quetzal.
La técnica y el estilo de esta obra nos recuerda las piezas que solían colocarse para formar los grandes braseros teotihuacanos. Son creaciones contemporáneas y es muy probable que esta figura haya sido colocada al pie de uno de esos braseros. Se trata de una representación frontal cuyo reverso carece de cualquier imagen, sin duda fue hecha para posarse o pegarse sobre una superficie de mampostería o barro. Llama la atención su vivo colorido; era común que la cerámica teotihuacana de uso ceremonial fuera policromada; la técnica más sencilla consistía en pintar la pieza después de su cocción y sin la aplicación de ninguna otra masa o recubrimiento. Es la que se empleó en esta pieza.