Nuestra vasija efigie tiene la forma de un personaje que muestra un tema muy frecuente del arte mesoamericano; un cargador que porta a cuestas una vasija sujeta por un mecapal. La faja ancha que le pasa por la frente y las dos cuerdas que sujeta y tensa con las manos pasan por debajo de la carga y le permiten llevarla en la espalda al distribuirla de forma nivelada.
El mecapal ha sido un elemento indispensable de la técnica de la carga de los pueblos mesoamericanos cuyos inicios se sitúan en el Preclásico y que hasta la fecha pervive en algunas zonas de la República. Se utiliza solo o bien en conjunto con un cacaxtli, un enrejado de madera que le es atado; la figura del cargador está representada en una de las tempranas estelas de Izapa en la costa del Pacífico y en la pintura mural de Cacaxtla en Tlaxcala, por mencionar un ejemplo más tardío.
Su uso, que era el más representativo de los modos de transporte en una sociedad en la que no se conocía la rueda y en la que no se contaba con animales de carga nos habla del transporte; acerca del traslado de productos y bienes, en este caso del agua. Permite pensar en la manera en la que pesadas cargas eran llevadas de región a región para el comercio y la distribución de bienes. Como indica Rubén Morante López, el mecapal evidentemente tiene una carga simbólica que se relaciona con los pochteca: comerciantes, y los tameme: cargadores, así como con los dioses del comercio; pero asimismo está ligado al entrenamiento para ejercer el sacerdocio o la milicia, a las prácticas adivinatorias, al calendario y el tiempo.
La vasija remite a la labor de transportar el líquido vital y este ejemplo cerámico de barro modelado de color negro en forma de un anciano que porta su carga con el mecapal pertenece a una antigua tradición alfarera de larga duración. Su forma y tema se vinculan a una serie de representaciones que aparecen en diferentes regiones del occidente de Mesoamérica, donde como parte de las prácticas funerarias se depositaba en tumbas de tiro un ajuar funerario a manera de escenas de la vida cotidiana. Las representaciones son variadas: las hay de músicos, guerreros, danzantes, acróbatas, jugadores de pelota y de mujeres llevando niños, así como de ancianos.
El rostro del anciano cargador es el del viejo desdentado, de párpados caídos, nariz aguileña y barba pronunciada con pelo, y se puede pensar que es la representación de una deidad ígnea muy antigua de Mesoamérica, generalmente conocida por su nombre en náhuatl, Huehuetéotl. La deidad está sentada, su vientre es abultado y sus extremidades delgadas, y en lugar de portar su característico brasero en el que se contiene el fuego, sobre su espalda encorvada está cargando el cuenco con la ayuda del mecapal. El cuenco ahora está vacío pero podemos imaginar cuando estaba repleto de agua cristalina.
En cualquier caso, debido a sus características, se corresponde con un aspecto del significado general del dios del fuego poco común en el que la deidad, que ostensiblemente tiene que ver con el mundo ígneo, también está asociada al agua. Ello nos remite a la dicotomía del pensamiento mesoamericano.
Emilie Carreón Blaine
El tema del aguador aparece con frecuencia en el arte mesoamericano, así como debió ser frecuente la práctica de extraer agua de un pozo o río para llevarla al centro de la población. Su aparición en el arte requiere de alguna explicación. Es posible que se aluda a un pasaje mítico, a las atribuciones de algún dios y no a la pura práctica cotidiana del acarreo. Sin embargo, en el caso de las tumbas de tiro, es cierto que se acostumbraba recrear escenas de la vida diaria para dotar de un entorno vital que acompañara al difunto en los años último de su alma, mientras ésta viajaba hacia el mundo de los muertos. ¿Podría tratarse entonces de la representación llana y simple de un aguador, encargado de dar de beber al difunto, dejado en la tumba del mismo modo que se dejaban platos de comida? Es posible. En cualquier caso la figura nos sirve para identificar el uso del mecapal y el tipo de vasija, es decir, documenta la práctica y la tarea del aguador.
Desde el punto de vista formal, vale la pena destacar el gusto de los artistas mesoamericanos de todas las épocas por crear vasijas que asimilaran formas propias de la escultura en cerámica o, dicho de otra manera, vasijas que a la vez eran figuras. Esta preferencia obliga a escoger aquellas figuras que podían adaptarse a semejante fin: con frecuencia se optó por la figura humana, en cuclillas, y a menudo la barriga ofreció el espacio idóneo para que, abultada, se convirtiera en el recipiente.
Esta pieza comparte con otras de la tradición de las tumbas de tiro esa aparente soltura o espontaneidad con la que parece recogerse una experiencia cotidiana. Estilísticamente también encontramos rasgos de identidad de las piezas del Occidente, como la preferencia por la monocromía y la coloración por medio de un engobe. El bruñido deja una superficie semi-brillante.
La distorsión del cuerpo y su abultamiento aparecen en otras figuras de la tradición de las tumbas de tiro y muy especialmente en el grupo de piezas llamadas “elefantinas”, alguna de las cuales, por cierto, acarrea agua. Además, en las figuras elefantinas encontramos el uso de un barro muy obscuro, igual que en esta pieza. Por lo tanto, a pesar de las diferencias en la ejecución de la figura humana, puede sostenerse como probable que esta pieza proceda de la misma zona en la que se generaron las elefantinas, o de una próxima y culturalmente afín.
Pablo Escalante Gonzalbo