Durante el periodo Clásico, la producción de figurillas comenzó a priorizar el uso de moldes como el tipo de manufactura el cual permaneció hasta el arribo de los ibéricos a principios del siglo XVI. Sin embargo, en las primeras centurias de nuestra era, aún se observan piezas modeladas cuyo antecedente se advierte desde el Preclásico.
Esta obra ejemplifica de manera clara dicha continuidad. Estamos frente a una escultura de pequeño formato que emplea la aplicación, junto con incisiones, para generar una forma determinada. En este caso un perfil antropomorfo, cuyo cuerpo se logra gracias a un cilindro al que se le adhieren las extremidades superiores e inferiores, al igual que su cabeza. En esta última podemos observar un rostro con ojos, boca y cejas prominentes, delimitados por un par de bandas que cubren la frente y el mentón. Ostenta, como atavío, dos orejeras concéntricas de gran tamaño lo que sugiere su alto estatus.
La ausencia de otro tipo de prenda visible en el cuerpo, nos hace evocar la preponderancia que tiene la cabaza como el marcador de identidad o posición como ocurría en las sociedades del Formativo.
Posiblemente lo más llamativo de la figura es la naturalidad de su postura y el movimiento contenido que aún se puede advertir en sus extremidades. Sedente sobre sus glúteos, la pierna izquierda se encuentra flexionada hacia enfrente, sobre la cual, descansa su brazo. Es probable que la derecha haya sido colocada horizontalmente, abarcando todo el tronco. Estamos ante una posición un tanto desenfadada, más cercana al reposo, situación que nos deja ver la libertad creativa de los alfareros y la posibilidad de salir de las estructuras solemnes que comúnmente reconocemos en el arte mesoamericano y que permiten vislumbrar una condición más humana.
Dicha naturaleza es igualmente visible, por ejemplo, en las digitaciones que se observan en el tocado y en las orejeras que porta, donde las estrías dejadas por los dedos remiten al momento en el que el o la artista colocaron las aplicaciones al rostro, lo que no solo definió la pieza, sino también evidenció a sus creadores.
Lamentablemente la ausencia del resto del tocado, limita de manera considerable la identificación del personaje, es decir, si se trata de un guerrero, gobernante o jugador de pelota. Sin embargo, estamos ante una escultura dinámica, cargada de una plasticidad, que a pesar de su tamaño evidencia el detalle y refinamiento de las y los antiguos alfareros mesoamericanos.
Durante el periodo Clásico, la producción de figurillas comenzó a priorizar el uso de moldes como el tipo de manufactura el cual permaneció hasta el arribo de los ibéricos a principios del siglo XVI. Sin embargo, en las primeras centurias de nuestra era, aún se observan piezas modeladas cuyo antecedente se advierte desde el Preclásico.