Las figurillas sonrientes probablemente son las más populares de las representaciones en barro de la costa central veracruzana. Los rostros fueron moldeados y los cuerpos modelados en un barro rojizo muy arenoso similar al empleado por los antiguos alfareros de la región de Tlalixcoyan y Tierra Blanca, en la cuenca del río Papaloapan. Casi desnudas, visten taparrabo y aparecen adornadas por un collar de cuentas circulares y una banda en el pecho que suele hallarse profusamente decorada.
Es común encontrarlas con los brazos levantados y no son pocas las que aprietan algún objeto en la mano, en este caso una pequeña sonaja, pero aquello que en realidad les confiere identidad y que permite ahora reconocerlas como grupo es sin duda la expresión del rostro. Con la cara ligeramente levantada y los ojos por lo regular vacíos de pupilas, describen con la boca un gesto similar al de una sonrisa.
La representación del rostro tiene un indudable valor simbólico, especialmente la boca de labios entreabiertos. En realidad, no puede saberse si en efecto sonríen o si esta aparente manifestación de alegría más bien se relaciona con una mueca producida al apretar con firmeza los dientes o morder la propia lengua. Aunque seguramente no había nada festivo en ellas -por más que hoy así pueda parecernos- su propósito era ritual y cuando se recuperan en excavaciones arqueológicas controladas suelen asociarse con los basureros de antiguos templos.
Frecuentemente quebradas, intencionalmente rotas, aparecen entre un sin número de figurillas cerámicas que después de ser utilizadas se mataban arrojándolas en vertederos ceremoniales al considerarlas contaminadas por su uso litúrgico. El culto con el que se identifican aún es incierto, pero la boca en la tradición indígena pareciera ser el lugar más vulnerable del cuerpo humano. En cierta forma, allí se equilibran salud y enfermedad, vida y muerte. A través de ella enferman los vientos y por ella finalmente escapan las almas, caen al piso después de abandonarnos. Quizá la lengua tuvo entonces la capacidad de tapar a los aires tan peligrosa entrada, así que las figurillas sonrientes quizá sonríen a la muerte desafiando los vientos dañinos.
Tan singulares figuras de barro también fueron comunes en varios sitios de las cuencas de los ríos Jamapa y de los Pescados donde adquirieron ciertas características regionales, particularmente en la costa, desde El Faisán hasta Tenenexpan, donde pueden registrar un acabado de superficie muy bruñido y suelen encontrarse pintadas de color rojo.
Las figurillas sonrientes probablemente son las más populares de las representaciones en barro de la costa central veracruzana. Los rostros fueron moldeados y los cuerpos modelados en un barro rojizo muy arenoso similar al empleado por los antiguos alfareros de la región de Tlalixcoyan y Tierra Blanca, en la cuenca del río Papaloapan. Casi desnudas, visten taparrabo y aparecen adornadas por un collar de cuentas circulares y una banda en el pecho que suele hallarse profusamente decorada.