Una enorme proporción de los edificios ceremoniales del área maya fueron recubiertos con aplanados de mortero y decorados profusamente con figuras modeladas en argamasa de cal. Sin importar su fábrica, fuera de albañilería de piedra o de ladrillo, la ornamentación cobró un papel central en la consagración de los edificios públicos.
Las fachadas se convirtieron junto con las estelas en el punto focal de los discursos políticos de los gobernantes. Cuando no hubo relieves de piedra, el caso de Hormiguero, los propios edificios terminaron por convertirse en el soporte natural de elaboradas declaraciones dinásticas. Las fachadas en su conjunto se elevaron a la categoría de símbolos, articulando sobre los muros un bien pensado discurso iconográfico capaz de revelar el inmenso poder que se concentraba en la figura de sus gobernantes y la influencia política de la ciudad.
Bajo las selvas del sur de México yace una cantidad inimaginable de antiguas ciudades en condición de ruina, muchas de ellas fueron espléndidos centros de gobierno del período Clásico y promovieron en el pasado manifestaciones artísticas del más alto nivel. La mayor parte de ellas todavía son desconocidas y se encuentran bajo gruesas capas de hojarasca o cubiertas por el derrumbe de los mismos edificios a los que alguna vez sirvieron.
No pocas han sido saqueadas, dañada toda aquella pedacería que en otros tiempos se encontraba anclada sobre los muros y provista de color, pero hay piezas que de vez en cuando llega a saberse de ellas y que lamentablemente provienen de excavaciones clandestinas.
El caso de las decoraciones arquitectónicas es particularmente grave cuando son sustraídas puesto que jamás logran ser restituidas en sus contextos de origen. Son muchos los casos de rostros humanos magníficamente modelados que han llegado hasta nosotros sin datos sobre su procedencia, aislados y sin posibilidad de recuperar sus contextos simbólicos.
El ejemplo que se conserva actualmente en el Museo Amparo es extraordinario, no sólo por la calidad de su factura, por el trabajo de la cal, sino porque ha conservado en magnífico estado la capa de pintura que lo recubre. Se trata de un rostro severo, de ojos grandes y líneas de expresión muy marcadas. Sus adornos lo revelan como un personaje de alto rango social, lleva orejeras verdes, una diadema de cuentas que adquieren el color del jade y una nariguera de forma tubular. Por debajo de lo que aún queda del vistoso tocado se asoman los mechones de cabello. Originalmente debía hallarse adosado a un muro, representado de cuerpo entero si es el retrato de un gobernante en posición sedente y rodeado de toda una serie de figuras y de cartuchos glíficos que servían para precisar su alta investidura.
Aunque es casi imposible saber el lugar exacto de su hallazgo, me inclino a pensar que podría venir del sur de la Península de Yucatán, probablemente de Campeche, y que corresponde a un edificio del Clásico tardío, quizá de finales del siglo VIII o principios del siglo IX de nuestra era.
Una enorme proporción de los edificios ceremoniales del área maya fueron recubiertos con aplanados de mortero y decorados profusamente con figuras modeladas en argamasa de cal. Sin importar su fábrica, fuera de albañilería de piedra o de ladrillo, la ornamentación cobró un papel central en la consagración de los edificios públicos.