Es muy común llamar a estas pequeñas piezas de barro “candeleros”, aunque desde hace muchos años sabemos que no lo eran. En Mesoamérica no se utilizaron las velas de cera; se les dio ese nombre debido a la presencia de los orificios circulares que hacen pensar en los artefactos que hoy en día usamos para insertar las velas. Sin embargo, su función original no está muy alejada de la que tendría un candelero, pues también se trata de objetos relacionados con el fuego y la vida religiosa.
Estas piezas de barro estaban diseñadas para contener una pequeña brasa en su interior y para recibir algunas briznas de copal. Los orificios laterales permitían la ventilación que mantenía viva la brasa, al menos durante un rato. No es imposible que se haya utilizado algún tipo de cañuela para soplar en esos orificios laterales y avivar la brasa, con lo cual se incrementaba también el flujo de humo. A diferencia de los grandes braseros en forma de copa, y otros que eran como charolas provistas de un mango, estos pequeños braseros producían una pequeña cantidad de humo, se sujetaban con los dedos y sólo eran visibles para la persona que los sostenía y alimentaba.
Se trata, sin duda, de braseros de uso personal o individual; su lado más ancho apenas alcanza los 6 o 7 centímetros. Es probable que cada persona tuviera más de uno de estos braseros y es casi seguro que fueran de uso más común entre sacerdotes, novicios y miembros de la nobleza que entre la población en general. En el conjunto habitacional de Zacuala, uno de los más lujosos de la ciudad de Teotihuacán y en el cual vivieron simultáneamente unas 60 personas, se han encontrado 551 braseros manuales de este tipo. En Tetitla, que parece haber sido una especie de monasterio, se han rescatado 5,579 braseros manuales.
Creo que el símil con las lámparas devocionales romanas sería útil, con la salvedad de que entre los romanos ese encendido de una pequeña flama estaba muy ligado al culto a los ancestros, y en el caso mesoamericano más bien parece que se trataría de una ofrenda a los dioses. Por otra parte, los dioses patronos de un barrio o de una familia estaban ligados también a los antepasados difuntos; en todo caso, la ofrenda de copal fue una de las actividades rituales más importantes en Mesoamérica.
Avivar o encender la flama de una hoguera o brasero al salir el sol, era la primera obligación religiosa; el humo aromático del copal parece haber sido considerado un bien muy apreciado y necesitado por los dioses, que de esta manera recibían una retribución por su enorme tarea de mantener el mundo vivo y en movimiento. Es interesante observar que los diferentes tamaños y tipos de braseros nos hablan también de diferentes dimensiones sociales del acto de presentar una ofrenda: desde el gran brasero, encendido a la vista del público en una plaza, hasta la pequeña pieza manual usada por un individuo para realizar, en un espacio íntimo, la ofrenda cotidiana.
Es muy común llamar a estas pequeñas piezas de barro “candeleros”, aunque desde hace muchos años sabemos que no lo eran. En Mesoamérica no se utilizaron las velas de cera; se les dio ese nombre debido a la presencia de los orificios circulares que hacen pensar en los artefactos que hoy en día usamos para insertar las velas. Sin embargo, su función original no está muy alejada de la que tendría un candelero, pues también se trata de objetos relacionados con el fuego y la vida religiosa.