Aunque se trata de un fragmento de una vasija cerámica, más específicamente un soporte zoomorfo. La relevancia de la pieza radica en la continuidad de la alfarería indígena tras el arribo ibérico de 1519.
Dentro del contexto histórico de la cuenca de México, la producción cerámica ha sido amplia y variada, siendo su última etapa, es decir, el Posclásico Tardío (1200-1521 d.C.), un periodo en el que desde un enfoque arqueológico se han identificado al menos tres tradiciones de lozas. Para el caso de esta pieza, de manera evidente podríamos asociarla a la alfarería definida como Texcoco, caracterizada por la aplicación de pintura roja, bruñida como tratamiento de superficie. Sin embargo, su manufactura no corresponde necesariamente a la fase mesoamericana, sino a las primeras décadas post-conquista.
La pieza se elaboró por medio de un molde que tiene la forma de la pata delantera de un felino, muy posiblemente león. La palma se encuentra extendida, con lo que se evidencian los cuatro dedos y su espolón. De frente es posible distinguir el baño de pintura roja que la decora, así como tonos negros colocados a la altura de las garras. Su sofisticado pulimiento (bruñido), le otorga un brillo muy distintivo de las cerámicas de tipo Texcoco. El reverso, por su parte, permite distinguir el tono propio del barro, el cual únicamente se encuentra alisado.
Durante el Posclásico Tardío, el uso de soportes con atributos animales fue una constante. Ya sea el rostro o alguna extremidad, su aparición contribuían muchas veces en la totalidad del contenido iconográfico presente en las vasijas. No obstante, con la caída de Tenochtitlán y la instauración de un nuevo régimen, diversos elementos culturales fueron eliminados o modificados afín de excluir aquellos atributos que se consideraban contrarios a los principios cristianos o que promovían los antiguos cultos. Por tal motivo, se reguló a los alfareros los contenidos decorativos de sus obras, pero sin modificar técnicas y procesos de manufactura, por lo que algunas tradiciones prehispánicas continuaron vigentes durante el periodo virreinal, así como en el México independiente.
Aunque se trata de un fragmento de una vasija cerámica, más específicamente un soporte zoomorfo. La relevancia de la pieza radica en la continuidad de la alfarería indígena tras el arribo ibérico de 1519.