Al sur de la Laguna de Alvarado, en los terrenos de aluvión que pertenecen en la actualidad a los municipios de Tlalixcoyan y Tierra Blanca, se asentó una numerosa población distribuida en forma relativamente dispersa. Las excavaciones arqueológicas que condujo Medellín Zenil a partir de 1953 en Los Cerros y Dicha Tuerta, después en Nopiloa y por último en Apachital, permitieron establecer la identidad regional de esta parte de la llanura costera veracruzana. Una cultura de barro y adobe, puesto que el territorio prácticamente no ofrece afloramientos de piedra. El mismo Medellín no asignaba a Los Cerros una ocupación anterior al año 300 d.C., Nopiloa incluso resultaba más tardía en la secuencia cultural de esta parte de Veracruz. Sus excavaciones sólo proporcionaron un cuerpo de datos relevante para el período Clásico y hasta el año 900 d.C.
Sin embargo, esto no significa que aquel territorio enmarcado por grandes ríos no hubiera sido objeto de manifestaciones culturales previas. En realidad la información reunida por Medellín sólo daba cuenta de un marcado cambio en el patrón de asentamientos, mismo que se repite en otros puntos de la llanura costera del Golfo de México y que determinó el poblamiento “tardío” de Los Cerros y de sitios tan importantes como son precisamente Dicha Tuerta, Nopiloa y Apachital. El hecho cierto es que entre los años 600 y 900 de nuestra era, aquella parte del México antiguo se encontraba densamente poblada y el arte de la alfarería tenía siglos de haberse desarrollado.
Muchas cosas sucedían en estas tierras de “grandes calores”, no pocas tradiciones culturales se entremezclaban en un territorio frecuentemente atravesado por caravanas comerciales, las que venían del Altiplano central y las que bajaban de las montañas de Oaxaca. Con todo, aquellas ciudades de adobe supieron guardar una propia identidad cultural por más que aceptaran cierto nivel de transformación frente a tan repetidos contactos.
Ante una real carencia de piedra los alfareros produjeron las grandes piezas que se requerían para el ornato de los templos, elaboradas por partes y ensambladas en su destino final dieron forma a un sin fin de representaciones, mayormente figuras humanas y retratos de dioses. Hacia el año 400 de nuestra era la llanura costera del Golfo de México experimentaba una estrecha vinculación con el modelo cultural teotihuacano, un modelo revestido de prestigio que sería rápidamente adoptado por las clases gobernantes del centro de Veracruz. Muchos de los objetos que lo representaban, inicialmente elaborados en el centro de México, fueron imitados y después integrados en las manifestaciones de la cultura local.
De esta época quedan todavía muchos vestigios, además de vasos trípodes cilíndricos -característicos de la alfarería teotihuacana-, aparecen piezas como la que aquí nos ocupa, que suelen ser grandes figuras de barro con la representación de hombres y mujeres que incorporan la forma y las proporciones típicas de las cabezas de las figurillas teotihuacanas. Es decir, aún tratándose de grandes piezas, de verdaderas esculturas de barro, incorporan de la alfarería teotihuacana estos rasgos inconfundibles que, como ocurre en esta pieza, pueden generar un aspecto desconcertante. La cabeza ciertamente se ajusta a los cánones artísticos del centro de México pero los rasgos del rostro parecieran apretarse en la parte baja de la cara. Ojos, nariz y boca se antojan demasiado juntos pero es en realidad efecto de la imposición de un esquema compositivo en principio ajeno y de una ruda interpretación local del mismo. Los ojos muestran pupilas señaladas por pinceladas de pintura negra y lamentablemente el cuerpo que originalmente completaba la figura no ha llegado hasta nosotros.
Al sur de la Laguna de Alvarado, en los terrenos de aluvión que pertenecen en la actualidad a los municipios de Tlalixcoyan y Tierra Blanca, se asentó una numerosa población distribuida en forma relativamente dispersa. Las excavaciones arqueológicas que condujo Medellín Zenil a partir de 1953 en Los Cerros y Dicha Tuerta, después en Nopiloa y por último en Apachital, permitieron establecer la identidad regional de esta parte de la llanura costera veracruzana. Una cultura de barro y adobe, puesto que el territorio prácticamente no ofrece afloramientos de piedra. El mismo Medellín no asignaba a Los Cerros una ocupación anterior al año 300 d.C., Nopiloa incluso resultaba más tardía en la secuencia cultural de esta parte de Veracruz. Sus excavaciones sólo proporcionaron un cuerpo de datos relevante para el período Clásico y hasta el año 900 d.C.