Conocer la apariencia física, la cultura material e incluso actividades efímeras y conceptos a partir de su representación plástica, constituye un complejo desafío cuando se trata de sucesos lejanos en el pasado, de sociedades con diferentes categorías y expresiones culturales y, además, con vestigios escasos y sin la indagación interdiciplinaria suficiente para identificarlos.
De otra parte, el hecho de que el lenguaje plástico se sustente en convenciones, brinda poderosos elementos para aproximarse a sus significaciones y funciones. En este sentido, los rasgos formales, la materialidad y técnica de la imagen en la que nos detenemos, permiten atribuirla a la cultura de las tumbas de tiro y, en lo particular, reconocer que fue elaborada en la zona central del vasto territorio donde se asentó.
Al menos desde el año 300 a.C. hasta el 600 de nuestra era, esta cultura mesoamericana se distribuyó en el sur de Sinaloa y de Zacatecas, Nayarit, Jalisco, Colima y partes vecinas de Michoacán. Una de sus expresiones artísticas más sobresalientes es la escultura cerámica modelada en formatos sólidos y huecos; en ella, las diversas comunidades que la conformaron, plasmaron enfáticamente sus peculiares identidades, generando múltiples variantes estilísticas zonales; la obra en la que nos detenemos se adscribe en la que se denomina Ameca-Etzatlán. En la actual demarcación de Jalisco, las piezas de este estilo se registran en los valles lacustres en torno al volcán de Tequila, al oriente en el valle de Atemajac -en la actual mancha metropolitana de Guadalajara- y hacia el sur en la zona en torno a las lagunas de Atotonilco, San Marcos y Sayula.
En imagen masculina que vemos cabe dilucidar si usa un tocado con velo o, tal como lo anuncio en el título, se trata de cabello largo figurado como una superficie lisa que cae sobre la espalda, apenas rebasando la altura de los hombros, y termina en un corte recto. Con base en el análisis de cientos de obras de la cultura de tumbas de tiro, que le dio origen, me inclino por la segunda alternativa. En el mencionado estilo que ostenta, el cabello predominantemente tiene la apariencia de una gorra ajustada y lisa; sólo en algunos casos se pintó de negro. Este hombre en posición de pie usa un tocado con rebordes gruesos coronado por una cresta de contorno circular, que en otras imágenes suele asociarse con representaciones de guerreros.
Su prominente nariz aguileña es un atributo principal de dicha modalidad estilística, pues corresponde con el énfasis puesto en el modelado craneal tabular erecto. Mediante el uso de dispositivos con tablillas o vendajes, esta modificación se llevaba a cabo en los recién nacidos y durante la primera infancia.
Los pequeños abultamientos redondeados en los hombros son un atributo común en las diversas modalidades estilísticas zonales de la cultura de las tumbas de tiro; sus antecedentes se ubican en obras de la fase inicial de la tradición de tumbas de tiro, durante el Preclásico medio. Las he interpretado como alusiones a la corteza del pochote, un árbol de significaciones sagradas en Mesoamérica, cuya superficie espinosa se asemeja a la corteza terrestre.
La escarificación es la segunda modificación permanente del cuerpo que ostenta este hombre. Consiste en cicatrices en la piel que se generaban a través de reiterados cortes y tal vez con la introducción de alguna materia para favorecer los relieves.
Entre los vestigios arqueológicos de la cultura de tumbas de tiro se han encontrado cráneos de mujeres y hombres con modificación tabular erecta, lo que confirma que se trataba de una práctica recurrente. De la escarificación, sólo contamos con el poder elocuente de su representación artística.