La Huasteca, aquella parte de la llanura costera que se extiende entre el norte de Veracruz y el sur de Tamaulipas, fue un territorio marcado por un alto grado de integración étnica, capaz de desarrollar un estilo cultural que contrasta con el de sus vecinos del Golfo de México. A pesar de ello, es muy probable que sus ciudades exhibieran un importante grado de fragmentación política y que sus asentamientos, aunque muy extensos, contaran apenas con plataformas de tierra -circulares o de planta rectangular- provistas de cuartos de hechura muy simple.
Las edificaciones consagradas al juego ritual de la pelota fueron de particular importancia y es evidente su nivel de vinculación con las ceremonias promovidas por los gobernantes. Se trataba de prácticas religiosas no sólo esenciales para reproducir el estatuto de las clases políticas locales, era también un ritual que en el período Clásico se combina con el culto a Venus, con el registro de sus ciclos sinódicos, y cuando se establece una relación de orden geométrico entre el cómputo de sus avistamientos como lucero de la mañana y el carácter guerrero que se le confería de antiguo.
Jugar a la pelota era algo que revestía una singular importancia en el México antiguo porque el ritual tenía la extraña capacidad de anunciar el futuro de la clase política local y de la sociedad en su conjunto; no hay que olvidar que al gobernante se le consideraba como el responsable de la prosperidad de su pueblo y –por su carácter sagrado- como el mediador ante los dioses. El soberano era el eje de las relaciones de gobierno y en torno a su persona se establecía un vínculo de reciprocidad asimétrico. El pueblo proveía al gobernante de bienes y servicios en tanto que este último velaba por la seguridad del pueblo y la benevolencia divina.
Las piezas son jugadores de pelota, se les identifica por el pesado cinturón que llevan ajustado al cuerpo y por las rodilleras que muestran sujetas a una de las piernas. En los dos casos portan un tocado a manera de cofia adornado con un atado de plumas que asoma por una pequeña abertura. Como corresponde, se encuentran engalanadas con orejeras y brazaletes. Una de las figurillas todavía conserva adheridos tierra y fragmentos de huesos, mismos que revelan su participación conjunta en un probable contexto funerario. Esta condición es realmente inusual pero sirve aquí para dar cuenta del valor que se les confería en los entierros de las clases privilegiadas de la sociedad.
La Huasteca, aquella parte de la llanura costera que se extiende entre el norte de Veracruz y el sur de Tamaulipas, fue un territorio marcado por un alto grado de integración étnica, capaz de desarrollar un estilo cultural que contrasta con el de sus vecinos del Golfo de México. A pesar de ello, es muy probable que sus ciudades exhibieran un importante grado de fragmentación política y que sus asentamientos, aunque muy extensos, contaran apenas con plataformas de tierra -circulares o de planta rectangular- provistas de cuartos de hechura muy simple.