No hay una etapa en la historia mesoamericana en la cual se haya experimentado más con la cerámica que en el Preclásico medio, y en particular en Tlatilco, gran centro de población del valle de México en la época olmeca. La experimentación se advierte en las vasijas y asimismo en las muchas figuras antropomorfas que se hicieron en aquella época, tanto macizas como huecas. Esta pieza es ambas cosas, es un recipiente y al mismo tiempo una figura antropomorfa.
Que una figura sea, al mismo tiempo, un recipiente, nos obliga a recordar las concepciones mesoamericanas de lo sagrado y de la acción ritual. Las sustancias sagradas habitan las cosas y las personas; de tal manera que las imágenes de los dioses, así como la corporeidad de sacerdotes u hombres de poder, pueden verse habitadas, llenadas, de las fuerzas que los definen. Los jorobados, en la tradición mesoamericana, eran criaturas especiales o delicadas, estaban marcados por cierta indicación sobrenatural. Los jorobados servían en los palacios pero también participaban en determinados rituales, a menudo relacionados con el agua.
La giba o joroba era comprendida, de algún modo, como las montañas mismas: áreas de abultamiento, por retención, producidas por los dioses del agua. Con frecuencia la deformación del cuerpo del jorobado involucra el pecho también, como sucede en este caso. Para la época final de la historia mesoamericana sabemos que el valor de los jorobados entre cortesanos y gente acaudalada era tal que resultaba buen negocio, para algunos mercaderes, deformar deliberadamente a algunos niños para que crecieran poco y desarrollaran una giba.
El realismo para representar a un personaje con sus peculiares atributos, y la postura espontánea del individuo, sentado en cuclillas y tomándose las espinillas, son recursos muy característicos del arte de Tlatilco.
Es cierto que se trata de una figura algo más experimental, acaso rudimentaria, para el contexto de Tlatilco, pero advertimos la buena calidad del grueso engobe y el recurso, desarrollado allí, probablemente por primera vez en Mesoamérica, de darle a la figura hueca una función. La protuberancia de la boca, algo tosca, tiene la función de vertedero. En la zona de la cabeza está el orificio de llenado y la boca era la salida del líquido. También se advierten, por cierto, los carrillos inflados, como si la figura tuviera la boca también llena de agua.
Es probable que la vasija haya sido usada en algún ritual relacionado con el culto a la lluvia. El color rojo aplicado en la boca, en los ojos y sobre en la cabeza, podría estar relacionado con un uso final de la pieza en algún contexto funerario. Era frecuente en la cultura mesoamericana que un objeto con algún otro uso pasara a formar parte de una ofrenda mortuoria.