En el siglo XX, se empezó a otorgar mayor importancia a la materialidad de las obras prehispánicas. Se llevaron a cabo investigaciones sobre los pigmentos utilizados en estas obras, los tipos de arcilla empleados en su elaboración y las características de las piedras utilizadas para esculpir esculturas y construir basamentos. Este enfoque permitió comprender mejor los procesos técnicos y materiales utilizados por las culturas antiguas, así como apreciar la calidad y la diversidad de los materiales empleados en la creación de estas obras.
Durante mucho tiempo se asumió de manera generalizada que las piedras verdes utilizadas en las obras lapidarias eran jade, lo cual llevaba a suponer que cualquier pieza con ese tono estaba elaborada en jade. Sin embargo, a finales del siglo XX se descubrió que el jade, con su distintivo color verde, no era común en el territorio mesoamericano y no fue ampliamente utilizado por las culturas de la región. En cambio, se encontró que las piedras verdes empleadas eran principalmente jadeíta y serpentina. Estos materiales fueron de gran importancia y algunos estilos artísticos se caracterizaron por utilizar exclusivamente estas piedras en sus creaciones. Este descubrimiento permitió una mejor comprensión de los materiales utilizados en la producción artística mesoamericana y reveló la diversidad y la importancia de la jadeíta y la serpentina en la elaboración de estas obras.
Esta pieza es una cabeza elaborada en jadeíta perteneciente a la tradición Mezcala. Siguiendo el estilo característico de esta tradición, los rasgos faciales se representan de manera esquemática utilizando líneas que delinean los diferentes elementos. La cabeza tiene una forma circular, mientras que los ojos se representan con dos líneas horizontales que se extienden desde el centro hacia los extremos. A partir de ahí, dos líneas inclinadas se desprenden para delinear la nariz y la boca, separadas por una línea horizontal. Los labios se marcan con una línea adicional. Por encima de los ojos, se dibujan dos líneas curvas que simulan las cejas. En los lados de la cabeza, se esculpe la forma de un trapecio para representar las orejas, y en la parte inferior se crea un pequeño orificio que simula las orejeras. Además, se añaden pequeñas cavidades circulares en los ojos para representar los iris.
La pieza, observada desde el perfil, presenta una forma triangular escaleno, donde el rostro se encuentra esculpido en la hipotenusa. En la parte posterior, se puede apreciar una perforación que se extiende hacia la parte superior de la pieza, indicando su función como pendiente. Además, se pueden observar concreciones de tierra en toda la pieza, lo cual sugiere que estuvo enterrada.
La pieza destaca por estar elaborada en serpentina, un material altamente valorado que podía presentar diferentes tonalidades de verde. Desde tonos claros, como los que se observan en esta pieza, hasta tonalidades más oscuras. Aunque no se sabe con certeza si esta variabilidad cromática tenía algún significado específico en la cultura que la creó, demuestra la apreciación y destreza de los artesanos al trabajar con este material.
En el siglo XX, se empezó a otorgar mayor importancia a la materialidad de las obras prehispánicas. Se llevaron a cabo investigaciones sobre los pigmentos utilizados en estas obras, los tipos de arcilla empleados en su elaboración y las características de las piedras utilizadas para esculpir esculturas y construir basamentos. Este enfoque permitió comprender mejor los procesos técnicos y materiales utilizados por las culturas antiguas, así como apreciar la calidad y la diversidad de los materiales empleados en la creación de estas obras.