Los animales lacustres y acuáticos tenían un significado particular para las sociedades prehispánicas. Un ejemplo destacado es el mito del quinto sol, donde se narra cómo la humanidad que habitaba en el sol 4 agua (nahui atl) se transformó en peces y otros seres acuáticos después de la gran inundación que cubrió el mundo. Estos animales también se utilizaban como metáfora de la población, ya que al igual que ellos, las personas vivían y hacían del lago su hogar.
Por tanto, no resulta sorprendente que esta pieza sea una representación de una rana. Su forma circular y los detalles de su cuerpo, creados mediante incisiones, la vinculan estrechamente con la tradición estilística Mezcala.
Las patas traseras de la pieza se distinguen por la presencia de dos cortes. Uno de ellos, ubicado en la parte superior y dirigido hacia afuera, divide los muslos de las pantorrillas, mientras que el otro, realizado desde los extremos laterales de la pieza hacia la zona central superior, separa las piernas del cuerpo. En el área donde se originan estos cortes, se aprecia un desgaste circular que contribuye a darle forma a la pieza. En el extremo inferior, se han creado dos desgastes más pequeños que se extienden desde el centro hacia afuera, simulando las extremidades superiores. En la sección inferior central, se encuentra una forma trapezoidal invertida que presenta un mayor volumen, representando la cara. Los ojos están representados mediante dos pequeñas perforaciones, mientras que la boca se ha trazado como una línea incisa horizontal.
En la parte posterior de la pieza, se observan las mismas líneas de desgaste que dan forma a la figura. Una línea separa los muslos de las pantorrillas, otra línea divide las piernas del cuerpo y una más separa el cuerpo de las extremidades superiores. Sin embargo, en esta vista no se representa la cabeza.
Además, se observa una perforación entre las extremidades inferiores de la pieza, lo cual sugiere que esta escultura funcionaba como un pendiente que probablemente se usaba en conjunto con cuentas en un collar.
La rana y el sapo eran animales estrechamente ligados al agua y la lluvia, ya que se encontraban en las cercanías de cuerpos de agua y su croar era considerado un presagio de las precipitaciones. Por esta razón, se les atribuía el papel de mensajeros del agua. Su estrecha relación con el agua y la lluvia les permitía establecer vínculos con la agricultura y la supervivencia, convirtiéndose así en símbolos de fertilidad y abundancia.
En la mitología mexica, las ranas y los sapos estaban estrechamente vinculados al dios Tláloc, quien era el símbolo de la lluvia y la fertilidad. Esta asociación era de suma importancia, tanto así que se han encontrado esculturas de sapos en el Templo Mayor de Tenochtitlán, donde se rendía culto a esta deidad junto a Huitzilopochtli.
Entre los mayas, el dios P adoptaba la forma de una rana o un sapo, especialmente en sus manos y dedos. Este dios estaba estrechamente asociado al agua y tenía una conexión significativa con la agricultura, ya que se le representaba sembrando o preparando surcos para la siembra. Estas concepciones posiblemente se compartían también en otras culturas, como la olmeca o la zapoteca.
Es interesante señalar que la presencia de una representación de una rana en una pieza de estilo Mezcala no es sorprendente, especialmente si consideramos el contexto cultural de la región de Guerrero, donde se desarrolló este estilo artístico. En esta región, se han descubierto numerosas estelas dedicadas a las deidades Tláloc y Chalchitlicue, lo que pone de manifiesto la importancia de los elementos del agua y la agricultura en esta área. Estas representaciones se manifestaban tanto en esculturas monumentales como en pequeñas piezas de jade, como la que actualmente se encuentra resguardada en el Museo Amparo.