En lo inmediato, las formas circulares distribuidas en el cuerpo del animal llevan a pensar que se trata de un jaguar; el par de círculos concéntricos que integra cada una remite a las rosetas o manchas oscuras que distinguen su pelaje; las de otros felinos pueden no ser tan circulares. En esta obra las rosetas se marcaron primero por impresión en la superficie fresca del barro y luego, ya con la pieza cocida, se esgrafiaron y se les aplicó pigmento; en otras piezas del mismo estilo Comala las rosetas se pintaron también como círculos concéntricos, por ejemplo, en un jaguar agazapado con un cántaro sobre el dorso; la reiteración del motivo indica que el par de círculos concéntricos era la convención para recrear las manchas del animal.
Los anillos en la cola igualmente corresponden a manchas de un felino, sin embargo, su forma corta, puntiaguda y enroscada hacia arriba, así como la cabeza pequeña y redondeada, con orejas grandes y, sobre todo, la ausencia de caninos largos introducen dudas a la identificación inicial. Por el tamaño de la cabeza una opción es el tigrillo, y una más distinta a los felinos es el perro, cuya cola puede parecerse a la forma descrita. Me inclino por esta última posibilidad, dado que no se marcó la característica línea que une la nariz con el labio superior en los felinos y porque la dentadura se ve pareja; los perros también presentan caninos largos, no obstante, en numerosas de sus representaciones en este arte la dentadura se figuró sin ellos.
Desde luego, las manchas corresponden al jaguar, por tanto, estamos ante un animal fantástico, un híbrido de perro y jaguar, que además aparenta cargar una gran vasija. Con mayor precisión es una olla con elementos escultóricos zoomorfos: la cabeza, las patas y la cola; el cuerpo de la olla y del animal es el mismo, su forma globular confiere al segundo el aspecto de un perro-jaguar gordo. Un apoyo más de dicha interpretación es otra escultura del estilo Comala -que se encuentra en el Museo Universitario de Arqueología de Manzanillo- en la que la figura del perro es incontrovertible y cuya piel se haya pintada con las manchas del jaguar ya mencionadas; de modo semejante a nuestra pieza, carga una olla.
La unión de los animales resulta por demás interesante; el perro es muy abundante en el arte de la cultura de las tumbas de tiro y, en contraste, el jaguar o cualquiera otro felino son contados, prácticamente están ausentes en su amplio repertorio iconográfico, aun cuando sin duda alguna los antiguos habitantes del Occidente convivieron con ellos, pues son especies endémicas de la región. En otros pueblos de Mesoamérica el jaguar ocupa un lugar privilegiado; en diversas manifestaciones plásticas se asocia con cánidos, no perros sino tal vez lobos o coyotes. Por ejemplo, en las pinturas murales teotihuacanas del conjunto Patio Blanco de Atetelco se ven procesiones de jaguares y cánidos, los dos emplumados y con corazones sangrantes próximos a sus fauces; y en el muro norte del Edificio A de Cacaxtla recientemente Fernando Guerrero ha identificado un personaje disfrazado de un jaguar-cánido: del primero sobresalen la piel y del segundo la forma de la cabeza.
En la cosmovisión mesoamericana el jaguar y el perro ostentan complejos simbolismos; ambos, uno salvaje y el otro doméstico, se asocian con el inframundo acuoso, oscuro, nocturno, femenino, el espacio de los muertos. El jaguar destaca en particular por sus cualidades acuáticas, en tanto que es excelente nadador, buzo y pescador, además de cazador y depredador supremo; simboliza al sol nocturno y su pelaje se equipara con la bóveda celeste durante la noche. Por su parte, el perro es el acompañante y guía de los difuntos por los ríos subterráneos propios del mundo de los muertos; otra de sus funciones era la de acompañar o transportar al Sol mismo en su faceta nocturna.
La escultura plasma con elocuencia la idea del perro que transporta al sol nocturno, es decir, al jaguar, en su recorrido diario por el mundo de los muertos. Más allá de lo metafórico esta imagen del perro-jaguar se hallaba literalmente en ese espacio mortuorio, pues aunque se ignora su procedencia específica, es casi un hecho que cumplió funciones funerarias: se habría depositado como ofrenda a los difuntos en una tumba de tiro y cámara, un espacio arquitectónico que recrea las cualidades simbólicas y físicas del concepto del inframundo desarrollado por los mesoamericanos. Este perro se viste de noche, al vestir la piel del jaguar adquiere la apariencia de la bóveda celeste estrellada, dado que las rosetas se equiparan con esos astros.
Los recursos artísticos empleados consistieron en la cocción de la pieza en una atmósfera reductora, un espacio con poco oxígeno o escasa ventilación que ocasionó el color oscuro de la mayoría de la superficie; el posterior esgrafiado para remarcar las manchas circulares eliminó la capa superficial negra y descubrió el color más claro de la pasta; para enfatizar el contraste cromático se aplicó pigmento blanco en cada círculo; el resultado fue un cielo negro en el que destacan las estrellas blancas. Para concluir, advierto que las prominentes cualidades acuáticas del jaguar y en especial las del inframundo mismo, se expresan en este mítico ser sobrenatural en cuanto a que aparenta cargar una vasija decorada con una banda con líneas en zigzag, evocadoras de un contenido hídrico; y en lo fundamental, porque toda la imagen del perro-jaguar se configuró como una olla, es un recipiente contenedor de líquidos.