El Occidente de México, un inmenso territorio que aglutina las antiguas manifestaciones culturales de Jalisco, Colima y Nayarit produjo en barro expresiones artísticas sin precedentes, testimonio de siglos de desarrollo y de la complejidad social que alcanzaron sus habitantes. La mayor parte de la población vivía en las ciudades en un contexto que involucraba tanto a los grupos en el poder (el gobernante, sus parientes y una suerte de temprana aristocracia) como de especialistas (comerciantes y artesanos organizados en gremios).
Las áreas residenciales ocupaban las laderas de las colinas, formadas por espacios terraceados comunicados a través de rampas y escaleras, se multiplicaron en lugares definidos y llegaron a extenderse hasta la parte baja de los mismos. No es raro que los centros de gobierno contaran con varios cientos de casas distribuidas a manera de barrios. Su ubicación privilegiaba la proximidad con las fuentes de agua y con el área agrícola de los asentamientos.
El soberano era por definición un jugador de pelota, los atuendos que viste en sus representaciones en barro y las elaboradas máscaras con las que protege el rostro lo revelan en franca comunión con los dioses. Era un ser sobrenatural que tendría poder sobre la existencia de los pueblos y era el único que podía interceder con los dioses a favor de la comunidad. En este ámbito de Mesoamérica el juego ritual de la pelota adquirió modalidades que no parecen registrarse en la costa del Golfo de México o en el área maya; es común que aquí el juego se valiera de una pequeña pelota que se ponía en movimiento con la mano, lamentablemente desconocemos la manera en que se desarrollaba el juego y los episodios rituales de los que se acompañaba.
Si hay algo que es notorio en los sitios arqueológicos de Colima, es la proliferación de tumbas de tiro (ca. 300 a.C. a 600 d.C.) esto es, de cámaras subterráneas cuyo acceso se practicaba a través de túneles verticales excavados directamente en el subsuelo. Todas fueron destinadas al entierro de individuos pertenecientes a estratos privilegiados de la sociedad. Sus inhumaciones suelen hallarse rodeadas de cuantiosas figuras de barro, depositadas como ofrenda a los muertos. Es precisamente en estas tumbas donde han sido obtenidas por cientos, en su mayoría en el contexto de excavaciones clandestinas.
El Occidente de México, un inmenso territorio que aglutina las antiguas manifestaciones culturales de Jalisco, Colima y Nayarit produjo en barro expresiones artísticas sin precedentes, testimonio de siglos de desarrollo y de la complejidad social que alcanzaron sus habitantes. La mayor parte de la población vivía en las ciudades en un contexto que involucraba tanto a los grupos en el poder (el gobernante, sus parientes y una suerte de temprana aristocracia) como de especialistas (comerciantes y artesanos organizados en gremios).