El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico
Portaestandarte | El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico | Museo Amparo, Puebla
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Portaestandarte

Cultura Mexica
Región Meseta central, probablemente del Valle de México
Período Posclásico tardío
Año 1200-1521 a.C.
Período 9 Posclásico tardío
Año 1200-1521 a.C.
Técnica

Piedra tallada 

Medidas 68.6   x 21.2  x 13.6  cm
Ubicación Bóveda Prehispánico
No. registro 52 22 MA FA 57PJ 1460
Investigador

En la ciudad de Tula, cuyo apogeo situamos entre los años 900 y 1,200 d.C., tuvo inicio una tradición escultórica que no terminaría hasta la conquista española. A pesar de la crisis y abandono de la ciudad de los toltecas, hubo una continuidad ideológica y cultural muy notable, apreciable en el arte de los señoríos del Posclásico tardío.

Así como hubo una tradición pictográfica, ceremonial y decorativa que llamamos Mixteca-Puebla y que unió a muchos pueblos del Posclásico tardío, mixtecos, nahuas, zapotecos, matlatzincas y algunos otros; asimismo hubo una tradición escultórica, especialmente en escultura de bulto, a la que podemos llamar tolteca-mexica (por ser estos su más poderosos exponentes), y que fue compartida por los señoríos nahuas de estirpe chichimeca.

En buena medida, el arte y el ritual político del Posclásico tardío se explican por esos dos componentes: la tradición estilística e iconográfica Mixteca-Puebla y la tradición escultórica tolteca-mexica. La escultura de las plazas y pórticos, la decoración de los palacios y santuarios, el registro histórico, tributario y catastral, la joyería de la nobleza, la parafernalia guerrera, todo eso y más era el resultado de la amalgama de las mencionadas tradiciones.

Una vertiente importante de la escultura tolteca-mexica es la de la escultura funcional: llamamos funcional a una escultura que, además de transmitir un mensaje, además de su faceta comunicativa y estética, sirve para otra cosa: como altar, para depositar ofrendas; como columna, para sostener un techo o una losa; o bien como portaestandarte, para sostener banderines o insignias ensartados en sus respectivas astas. Los atlantes del templo principal de Tula son un buen ejemplo de esto, así como las columnas con forma de serpiente. El chacmol también es una escultura funcional, sobre la charola en su pecho se colocaban ofrendas.

Los portaestandartes se usaron en Tula, en las ciudades nahuas posteriores, como Tetzcoco, México, Tepeaca, y en los sitios de influencia de la Triple Alianza, como Castillo de Teayo o Tehuacán.

Este portaestandarte es de un tamaño relativamente pequeño dentro de aquella tradición, menos de 70 cm. de altura. Se observa con claridad el orificio excavado en su mano derecha para atravesar casi verticalmente el palo en cuya cúspide se colocaba el estandarte. Había estandartes de guerra y muchos otros con símbolos religiosos, sin duda relacionado con la identidad y función de los diferentes templos. Algunos portaestandartes terminaban en una espiga  para que la pieza pudiera hincarse en las estructuras. No es el caso de éste, sus pies llegan a ras del piso. Sin embargo, su espalda y su base son tan lisos que habrá bastado un poco de estuco para fijarlo al ángulo de una pared.

Estilísticamente, este portaestandarte contiene los rasgos típicos de su tradición: apreciamos lo que he llamado un naturalismo contenido, en el cual se advierte el cuerpo humano completo, cierta expresión en el rostro, suavidad en algunos contornos, pero también un esquematismo rígido para resolver algunas partes del cuerpo. El montecillo de las rodillas, siempre presente, es un rasgo persistente desde la época tolteca.

Hay que reconocer cierta ambigüedad en las placas laterales de la cabeza: estos portaestandartes pueden tener un ornamento de papel que surge detrás de la nuca como un abanico doble, y también orejeras. En este caso no está claro cuál de las dos cosas estamos viendo.

Como siempre en estas esculturas, el rostro resulta enigmático: con detalles interesantes, pliegues de la nariz, sutileza en los labios, pero al mismo tiempo el intento de expresión se detiene en una pasividad enigmática. La escasa longitud de las piernas casi hace pensar en un enano, lo cual no sería imposible, abundaban entre los trabajadores de la corte y tenían un valor especial.

Estas esculturas tenían a veces una cubierta de estuco sobre la cual se aplicaba el color, y otras ocasiones recibían el color directamente. Éste parece haber sido el caso, pues no advertimos ningún remanente de mezcla pero si podemos apreciar en los pies, en la mano derecha, en los ornamentos próximos a las orejas, residuos de un color rojo.

En la ciudad de Tula, cuyo apogeo situamos entre los años 900 y 1,200 d.C., tuvo inicio una tradición escultórica que no terminaría hasta la conquista española. A pesar de la crisis y abandono de la ciudad de los toltecas, hubo una continuidad ideológica y cultural muy notable, apreciable en el arte de los señoríos del Posclásico tardío.

Obras de la sala

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