Esta figura es representativa de una cultura y de un momento difíciles de estudiar y situar en la historia de la plástica mesoamericana. La razón es la siguiente: ya existía una tradición muy rica de cerámica, producida en el Preclásico medio, muy bien representada en el valle de México, especialmente en Tlatilco; y sin embargo las obras conocidas de Cuicuilco, inmediatamente posterior a Tlatilco y a pocos kilómetros de distancia, no muestran una continuidad clara con la rica tradición anterior. Lo que nos inquieta, en general, es que la historia temprana del valle de México no es la de un proceso continuo de despliegue de la misma identidad cultural, sino una serie de rupturas. Acaso sean reflejo de procesos migratorios y cambios políticos de una gran magnitud, pero lo cierto es que Tlatilco, Cuicuilco y Teotihuacán, los grandes sitios del Preclásico en el valle de México, tienen, cada uno, su propia personalidad.
De Cuicuilco la muestra es muy pequeña: la lava cubrió casi todo; las excavaciones y la recuperación de materiales han sido muy limitadas. Esta pieza en particular es muy semejante, por su tema y sus cualidades formales, a algunas otras procedentes del sitio, que se han identificado como representaciones del dios del fuego (Presentamos algunas fotos en esta ficha).
Existen varias representaciones del dios del fuego, llamado Huehuetéotl entre los nahuas (literalmente Dios viejo). Quizá las más claras y reconocibles son las esculturas en piedra, una del propio Cuicuilco, y otras de Teotihuacán y Tenochtitlan. Hay tres características que las identifican: 1) son ancianos, 2) portan un brasero, y 3) dicho brasero está colocado sobre su cabeza. Por una vaga semejanza con esas imágenes del dios del fuego, las figuras de barro de Cuicuilco a las que nos acabamos de referir fueron identificadas como representaciones de la misma deidad. Sin embargo, es probable que hayamos estado en un error: pues en estas figuras están ausentes los pronunciados pliegues que identifican a los viejos en el arte mesoamericano. Tienen los pómulos muy realzados, pero no las firmes rayas paralelas. Lo que tienen atrás parece más bien un vaso, y acaso uno tiene el aspecto de un brasero manual. En ningún caso lo cargan sobre la cabeza. Resumiendo: francamente carecen de los rasgos ditintivos del dios del fuego.
La figura de un cuerpo humano con un vaso adherido a la espalda es algo que aparecerá en diferentes momentos de la historia de Mesoamérica, relacionado con diferentes dioses y ancestros, por ejemplo, en los vasos efigie zapotecos. Lo que vale la pena tomar en consideración, entonces, es que estas piezas podrían no ser imágenes del dios del fuego. En todo caso no son representaciones típicas y completas de dicho dios.
Desde el punto de vista formal y técnico, nuestra figura es bastante simple en recursos. Llaman la atención, por ejemplo, que las partes del cuerpo están resueltas como tiras de barro que hubieran sido enrolladas sobre una superficie lisa. No existe ningún afán en describir rasgos anatómicos más allá del esquema conceptual de las tiras. En el rostro destaca el pastillaje, mediante el cual se han añadido cejas, ojos, nariz y labios. Las grandes orejas, como tablillas, ostentan orejeras. La cabeza termina en una forma redondeada con apariencia de casco o tazón.
La aspereza de las superficies no se explica solamente por las adherencias del contacto con el suelo durante siglos. Es que los acabados mismos no guardan la lisura que ya se había aplicado en los acabados de la cerámica para esa época. La pieza parece haberse sometido al doble engobe típico de la cerámica del Preclásico, rojo y bayo; pero no se advierte un grosor y una consistencia como lo apreciamos en las obras de la etapa olmeca, la aplicación es menos homogénea, menos espesa y constante. Destaca también la ausencia de un bruñido; esto hace la pieza muy mate, y finalmente áspera. La cara y algunas partes del cuerpo recibieron una aplicación adicional de color negro.
Esta figura es representativa de una cultura y de un momento difíciles de estudiar y situar en la historia de la plástica mesoamericana. La razón es la siguiente: ya existía una tradición muy rica de cerámica, producida en el Preclásico medio, muy bien representada en el valle de México, especialmente en Tlatilco; y sin embargo las obras conocidas de Cuicuilco, inmediatamente posterior a Tlatilco y a pocos kilómetros de distancia, no muestran una continuidad clara con la rica tradición anterior. Lo que nos inquieta, en general, es que la historia temprana del valle de México no es la de un proceso continuo de despliegue de la misma identidad cultural, sino una serie de rupturas. Acaso sean reflejo de procesos migratorios y cambios políticos de una gran magnitud, pero lo cierto es que Tlatilco, Cuicuilco y Teotihuacán, los grandes sitios del Preclásico en el valle de México, tienen, cada uno, su propia personalidad.