Para la gran mayoría de los pueblos mesoamericanos, las rocas de tonalidad verdosa, se encuentran estrechamente relacionadas con elementos acuáticos y de fertilidad. Desde los antiguos olmecas, pasando por los mayas y los mismos mexicas, su uso se asoció directamente con los grupos sacerdotales, de élite y militar, quienes generaron complejas rutas de intercambio con el fin de obtener, ya sea como materia prima o como artefactos, productos que amparaban su estatus.
Dentro de las sociedades nahuas del Posclásico Tardío (1200-1521 d.C.), la manera generalizada de nombrar a las piedras verdes eran chalchihuítl, término que también funcionó como adjetivo positivo, el cual es posible vislumbrar en el repertorio visual tanto en códices, en arquitectura o escultura.
Entre los minerales de color verde utilizados en la manufactura de diversos artefactos, se encuentra la jadeíta y la serpentina. Esta última con gran presencia en la zona del Altiplano Central y materia prima de la pieza número 358 de la colección del Museo Amparo.
Se trata de una punta de proyectil de forma triangular sin péndulo. Cuenta con bordes rectos, base cóncava y aletas redondeadas, donde se perciben siete perforaciones que remitan a su función como pendiente. La pieza está alisada en sus laterales y pulida en la parte frontal y posterior. Presenta un par de vetas en tono más oscuro, que la cruzan de manera transversal.
Posiblemente, el rasgo que más llama la atención es la ausencia de filo, lo que nos indica que no es una herramienta asociada a la caza o la guerra, sino más bien un elemento votivo, que tiene una condición simbólica de representar una idea o concepto.
Si sumamos esta característica, con la presencia de perforaciones, podríamos suponer que, en un determinado momento, la pieza tuvo como finalidad el ser un pendiente, portada como un elemento simbólico vinculado a una condición bélica de gran estatus, es decir, como un chalchihuítl, una punta preciosa.
Para la gran mayoría de los pueblos mesoamericanos, las rocas de tonalidad verdosa, se encuentran estrechamente relacionadas con elementos acuáticos y de fertilidad. Desde los antiguos olmecas, pasando por los mayas y los mismos mexicas, su uso se asoció directamente con los grupos sacerdotales, de élite y militar, quienes generaron complejas rutas de intercambio con el fin de obtener, ya sea como materia prima o como artefactos, productos que amparaban su estatus.