De manera simultánea, en este objeto tallado en piedra se advierte el diseño para ser enmangado y una apariencia figurativa con dos cabezas humanas que se opone al funcionamiento práctico de una herramienta de corte. En otra interpretación, los elementos figurativos pudieran aludir al uso de las hachas para decapitar, por lo que la agencia del artefacto pertenecería a una esfera simbólica, acaso como parte de la insignia de un guerrero y un componente de lujo o suntuario de su atavío.
Las hachas son artefactos de corte por percusión directa cuyo golpe se descarga en orientación perpendicular al plano de percusión; se emplearon en la tala, carpintería, labores agrícolas y como arma en acciones bélicas y sacrificiales. El modelo típico tiene forma trapezoidal alargada, con el lado más ancho afilado, no obstante, sus diseños presentan una enorme variabilidad. Las hay de piedra y metal; a lo largo de toda la historia mesoamericana destacaron las primeras, como parte del máximo desarrollo de la tecnología lítica que lograron sus sociedades. Las de metal se fechan hasta el periodo Posclásico y principalmente destacan en la región Occidente.
Desde el Preclásico Medio, sobresalen las funciones religiosas y suntuarias de las hachas en la cultura olmeca, asentada en la región Costa del Golfo, dada su materialidad en piedras en tonalidades verdes de origen exógeno, su exquisita técnica de manufactura y su colocación en ofrendas; un ejemplo extraordinario de ello fue descubierto en el Manatí, Veracruz.
En un análisis morfológico sobre los artefactos líticos pulidos y sin rasgos figurativos, Constanza Vega Sosa precisa tipos, subtipos y variantes de hachas muy gruesas hasta muy delgadas en el México antiguo; con base en su trabajo, describiremos la obra que concentra nuestra atención. Cabe decir que la denominamos “hacha” y no mazo o martillo –una herramienta de contusión-, por presentar ambos extremos “afilados” en la forma de los dos perfiles humanos que ostenta.
Tiene “hoja” o cuerpo de sección circular y con “garganta”, una acanaladura ancha y completa en la parte media, que sirvió para facilitar su firme fijación en un mango de madera por medio de cuerdas hechas de fibras vegetales, tiras de cuero o tendones de animales, y también con resinas adherentes. No extraña que haya perdido el mango y el enmangado, pues en Mesoamérica es reducida la conservación de materiales orgánicos.
El estrechamiento central separa dos semiesferas con rasgos de cabezas humanas tan semejantes que cabe calificarlas como gemelos. En ambas, una acanaladura en la frente divide el cabello del rostro; las orejas rectangulares resaltan; sutiles relieves y hundimientos plasman las cejas, los ojos, la nariz y la boca. En los cánones del arte mesoamericano los ojos entrecerrados son característicos de los individuos muertos; asimismo, las representaciones de cabezas exentas con los ojos cerrados se identifican con las decapitaciones de los enemigos vencidos y sacrificados, por ello, y su fusión con una herramienta de corte, les denomino cabezas trofeo y la herramienta referenciaría en la imagen su finalidad.
Acerca de la posible procedencia de esta obra, resulta interesante notar que Constanza Vega identifica que las hachas de garganta son abundantes en las regiones mesoamericanas de Occidente y Guerrero; en la primera región, se hallan entre los vestigios de la cultura tumbas de tiro.