No obstante su estética abstracta, del pequeño objeto lapidario sobresale la delicada imitación de las ondulaciones del caparazón de tortuga, de modo que se talló una forma de tipo cóncavo y con los perfiles biselados. Los bordes del eje transversal tienen dos perforaciones bicónicas que indican un uso práctico, acaso como ornamento o para fijarse en algún dispositivo de parafernalia ritual, quizá ambas funciones en concurrencia.
En la cosmovisión mesoamericana las tortugas ocupan un lugar principal; junto a los cocodrilos y otros reptiles de cuatro patas, se halla entre las especies animales que representan el estrato terrestre del universo en su estructura vertical. La Tierra se pensaba como una gigantesca isla que emergía del océano primigenio y flotaba en ese ámbito inframundano.
La interpretación de la tortuga en este sentido evidentemente corresponde con su apariencia y etología: la gruesa placa que recubre su dorso es semejante a la corteza terrestre seca y dura; si bien existen numerosas especies acuáticas y terrestres, en general se les caracteriza por su capacidad para nadar -incluso en el mar-, caminar sobre la tierra o arena, reposar o esconderse en el lodo y por exponerse al sol para calentar su cuerpo y acelerar su metabolismo. El astro en su faceta diurna simboliza el nivel superior del cosmos y se liga directamente a la existencia de los humanos y el resto de los seres que habitan la Tierra gracias a la voluntad de las deidades.
En tal significación cósmica de la tortuga se añade un elemento efímero, el sonido que se produce al golpear el caparazón, con lo que simultáneamente podemos reconocer la agencia de la imagen. La dura cobertura de este quelonio fue utilizada como un instrumento musical con el fin provocar el efugio del agua subterránea. Acerca de la cultura maya, Michel Quenon y Geneviève Le Fort han planteado que la percusión de los tambores de caparazón simula el sonido del trueno, mismo que precede las precipitaciones pluviales, y Marc Zender subraya que la constitución rígida y cerrada del caparazón es análoga a la tierra seca que debe romperse para que puedan irrigarse los campos y liberar la semilla de maíz que yace en ellos.
Nuestro objeto está hecho en piedra y la representación misma conlleva la anterior conceptualización, pero en su calidad de objeto votivo pienso que sobre todo ostenta la idea del estrato terrestre creado como una unidad de espacio-tiempo estructurada por las divinidades. La clave se halla en las acanaladuras que dibujan en el dorso un motivo de cruz griega con un punzonado circular central; el diseño es quincuncial.
La palabra quincunce tiene origen en el latín quincunx –constituido por los vocablos quinque, cinco y uncia, onza-; se aplica de manera general a una figura compuesta de cuatro puntos que componen un cuadrilátero, más otro punto en el centro. El quincunce presenta de forma implícita o explícita una cruz, ya sea como un espacio con un motivo central y otros cuatro circundantes y equidistantes con respecto al centro, o al estar integrado por dos líneas que se cortan perpendicularmente por la mitad. En lo general, es una composición cruciforme en la que artísticamente, de acuerdo con la ideología de las sociedades mesoamericanas, se traza en un plano la superficie terrestre en su relación con el movimiento aparente del Sol; los cuatro rumbos señalan las salidas y puestas del sol durante los dos solsticios del año, mientras que el centro es un axis mundi que articula el estrato media del cosmos con el superior y el inferior.
En esta obra de la colección del Museo Amparo, el motivo geométrico se imbrica coherentemente con uno orgánico, el caparazón de tortuga, por lo que se acentúa el simbolismo terrestre. La solución abstracta ha suprimido el resto del cuerpo, en particular la cabeza y las cuatro extremidades de la tortuga, que igualmente aluden a los solsticios, más aún si se considera que algunas especies pueden contraer la cabeza dentro del caparazón. El color negro con salpicaduras claras de la piedra y la dureza del material asimismo participan de la representación de la Tierra.
Verónica Hernández Díaz
No obstante su estética abstracta, del pequeño objeto lapidario sobresale la delicada imitación de las ondulaciones del caparazón de tortuga, de modo que se talló una forma de tipo cóncavo y con los perfiles biselados. Los bordes del eje transversal tienen dos perforaciones bicónicas que indican un uso práctico, acaso como ornamento o para fijarse en algún dispositivo de parafernalia ritual, quizá ambas funciones en concurrencia.