El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico
“Hachas” de piedra preciosa | El México antiguo. Salas de Arte Prehispánico | Museo Amparo, Puebla
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“Hachas” de piedra preciosa

Cultura Desconocida
Región ¿Costa del Golfo, Área Maya?
Período Desconocido
Período 9 Desconocido
Año Desconocido
Técnica

Jadeíta devastada, pulida y bruñida

Medidas 30   x 12  cm
Ubicación Bóveda Prehispánico
No. registro 52 22 MA FA 57PJ 365 2
Investigador

En el ámbito de las investigaciones sobre Mesoamérica convencionalmente se denominan hachas a esculturas de piedra dura de forma cerrada, plana, alargada y contorno ovalado, con frecuencia con uno de los lados más angosto; son objetos lisos o con un aspecto figurativo por medio de incisiones, excavaciones y bajorrelieves. Pese al nombre que remite a un arma o una herramienta de trabajo, no tuvieron usos prácticos, por el contrario, dada su materialidad en piedras compactas y finas, fueron altamente apreciadas como obras suntuosas, sagradas y de uso votivo.

Las más reconocidas en el arte de Mesoamérica se ubican en el ámbito de la cultura olmeca. Esta sociedad que habitó en la región Costa del Golfo durante el Preclásico medio las utilizó masivamente. Lo ejemplifican dos sitios veracruzanos muy próximos, El Manatí y La Merced; el primero fue excavado por Ponciano Ortiz y María del Carmen Rodríguez quienes lo fechan hacia el año 1600 antes de nuestra era; ahí, a los pies de un cerro y como parte de un depósito ritual se descubrieron más de 50 hachas finamente labradas en jadeíta y serpentina; mientras que en La Merced se registró una ofrenda con casi un millar de hachas de serpentina, tanto terminadas como en proceso de elaboración, según se informó en la exposición Golfo, mosaico ancestral, organizada por el INAH.

Estas dos lustrosas hachas en formato mediano, una verdiazul y la otra verde intenso, resguardadas en la colección permanente del Museo Amparo muestran las características típicas de esas preciadas obras. Con alta probabilidad ambas son de jadeíta, un mineral de gran dureza y apariencia vítrea, cuyo color puede ser blanco, verde, verde azulado, verde grisáceo claro, verde esmeralda y verde muy oscuro. La suprema valoración de este material tenía sustento en sus características físicas y asimismo en la rareza y dificultad para obtenerlo, pues la jadeíta registrada en el México antiguo procede de yacimientos a lo largo del río Motagua, en el oriente de Guatemala; en su distribución necesariamente estaban implícitos los vínculos entre las elites de sociedades distantes y complejas redes de comercio e intercambio; y su transformación en objetos diversos podría ocurrir en talleres lejanos al lugar de origen. 

El criterio prioritario en su apreciación es el simbolismo atribuido en lo general a las piedras verdes duras, entre las cuales la jadeíta ocupaba la más elevada estima. Sus tonalidades aludían a la fertilidad vegetal, la vitalidad y al agua, que más que elementos del mundo natural en la cosmovisión mesoamericana tenían connotaciones sagradas, al modo de manifestaciones de lo divino. Su materialización tangible y condensada en objetos escultóricas como las hachas es afín a la categoría de joyas preciosas y con propiedades mágicas, que además ser exhibidos por gobernantes y sacerdotes, eran sepultadas como ofrendas en el estrato inframundano, el ámbito original de lo acuático y la fertilidad y por tanto consustanciales.

En el ámbito de las investigaciones sobre Mesoamérica convencionalmente se denominan hachas a esculturas de piedra dura de forma cerrada, plana, alargada y contorno ovalado, con frecuencia con uno de los lados más angosto; son objetos lisos o con un aspecto figurativo por medio de incisiones, excavaciones y bajorrelieves. Pese al nombre que remite a un arma o una herramienta de trabajo, no tuvieron usos prácticos, por el contrario, dada su materialidad en piedras compactas y finas, fueron altamente apreciadas como obras suntuosas, sagradas y de uso votivo.

Obras de la sala

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