Muchos grupos en Mesoamérica apreciaron los objetos de concha y de caracol. Entre ellos los huastecos, que fueron ampliamente conocidos no solamente como proveedores de la materia prima, sino también como maestros en el trabajo de ello. En las áreas Golfo Norte y Centro-Norte hay cientos de kilómetros de zonas costeras, por lo que podemos decir que la influencia huasteca llegó hasta el mar.
Ornamentos de concha de muchas índoles se encuentran a través de esta región cultural en asentamientos de todos los tamaños, indicando que joyería y objetos rituales de concha fueran frecuentemente comisionados. Hubo además una gran red comercial de estos objetos por toda la Huasteca y a través de enormes distancias que extendieron hasta muy afuera de Mesoamérica.
La obtención de diversas conchas y caracoles requería mucho esfuerzo. Sabemos por descripciones del siglo XVI que en el área cultural del Circuncaribe y por referencias en Mesoamérica, que no pocos fueron habitualmente recogidos de profundidades que requerían mucha práctica y fuerza para llegar al acceso.
Bucear tenía sus peligros, especialmente para conseguir las grandes conchas del género Strombus. Uno de los métodos usados consistía en navegar con cayucos llenos de piedras de buen tamaño. El buceador brincaba al agua abrazando una roca para ir al fondo lo más pronto posible para tener un máximo de tiempo para la búsqueda. Al hacer esto, hay que encontrar rápidamente los caracoles y subir distancias de 25 a 30 metros o hasta más.
Es difícil precisar la distribución de muchos moluscos en la actualidad, debido al amplio uso de redes que llegan a las profundidades mediante barcos camaroneros, que al jalar sus pesados objetos arrasan con todo. En consecuencia, hoy en día la presencia de estas especies es mucho menor que en el México antiguo.
Una vez que se recogen las conchas y caracoles, y se hacen la selección, hay que empezar los procesos de venderlos o trabajarlos. Se cortan, graban, perforan, pintan, incrustan, y montan. A veces se quedan como prendas, joyas, brazaletes, atavíos rituales o insignias en sí. En otras ocasiones, y esto fue bastante común, fueron montados sobre ropa, cinturones, collares u otra indumentaria. También, algunos fueron utilizados como trompetas.
Con el tiempo muchos de estos adornos se rompieron, especialmente cuando el punto de amarre era frágil o sujeto a presión. Entonces fueron reperforados y muchos muestran realineación de huecos o puntos de amarre, y todo esto a costa de dañar la imagen original. Es común ver repetidas reparaciones en muchos objetos de concha, una clara indicación de su alto valor en la época Prehispánica.
Tales objetos en la Huasteca fueron considerados dignos de acompañar a los muertos al inframundo. Muchos niños fueron vestidos en muy pequeñas cuentas hechos de concha para su viaje al más allá. Las mujeres también eran ataviadas con largos collares, normalmente con conchas más grandes. Los hombres a veces tenían objetos de concha con imágenes muy elaboradas de dioses y guerreros.
La presente pieza es un ornamento zoomorfo. Probablemente fue amarrado a algún atavío ritual como una banda o capa. Representa un ave de pico largo con una cresta de 4 o 5 plumas. El ojo está dibujado por dos círculos concéntricos. La cabeza se halla sobre un cuello ancho delineado por una incisión. El ave tiene un buche grande y los pies doblados hacia el frente con las garras en curva. Esta es una estilización común en el periodo Clásico (300-900 d.C.) en la Costa del Golfo.
Las aves en esta postura son frecuentemente representadas en el arte prehispánico en las regiones del Golfo Norte y Centro-Norte. Dada su preservación, es difícil afirmar a qué tipo de ave nos estamos refiriendo, pero existen ejemplos como el pato buceador, pericos, y hasta aves de rapiña. Pero el pájaro plasmado en la concha si está muy probablemente asociado con ciertos ritos y mitos de importancia en la Costa del Golfo.
Detrás del cuerpo, hay una serie de plumas, tal vez indicando un ala o la cola. A la base de la cual está una serie de discos medio rectangulares o en reparación que simbolizan jade. Esto sugiere que el ave fue sagrada. Casi todos los pájaros llamativos están asociados con cultos específicos y unos fueron avatares de los dioses. En estas capacidades son considerados “preciosos” y hasta semisagrados.
La forma representada aquí recuerda a esculturas y diseños elaborados más al sur que fueron comunes en la mitad del periodo Clásico (300-900 d.C.). Es posible que se tratara de una pieza polícroma. Cuando se encuentran en entierros – como ocurre en este caso –, suelen estar cubierta con color ocre rojo, pero muchos podían presentar varios colores.
Aparte del ojo hay cuatro perforaciones que parecen haber sido usadas, y reacondicionadas para amarrar el pectoral a un collar o a una banda de cuero o ropa de algodón. Algunos son cónicos. Lo más profundo pudo haber sido una incrustación de otro material, una costumbre algo común en la Huasteca. No obstante, lo más probable es que por lo menos dos fueron de reparaciones. Es común que tales adornos tengan perforaciones secundarias. Estos sugieren que fueron usados o repararados posteriores. Esto era frecuente en objetos de valor como joyería de concha.
Se debe notar que algunas de las perforaciones son cónicas, otras parecen haber sido removidas con el tiempo, también es muy posible, que se hayan realizado incrustaciones de otros materiales. Esto es algo común en la Huasteca donde hubo mucha experiencia en su manejo. Con el tiempo, las conchas se vuelven más frágiles y blandas, cuando el material todavía es duro se pueden realizar muchas perforaciones sin destruir la figura. Los Huastecos eran grandes expertos en el trabajo en concha. Esta pieza proviene probablemente de una clase de caracol grande.
Prendas grandes de concha, frecuentemente encontradas, indicaban un estatus alto en la Huasteca. Esta pieza es hoy en día bastante frágil y tiene algo de desgaste pero conserva la importancia que alguna vez tuvo.