Cultura | Desconocida |
Región | Altiplano central |
Período | Preclásico medio |
Año | 1200-600 a.C. |
Período 9 | Preclásico medio |
Año | 1200-600 a.C. |
Técnica | Barro modelado con relieve |
Medidas | 6.6 x 4.4 x 2.7 cm |
Ubicación | Sala 3. Cuerpos, rostros, personas |
No. registro | 52 22 MA FA 57PJ 890 |
Investigador |
Uno de los libros más relevantes para el conocimiento de los motivos de los sellos prehispánicos fue escrito por Jorge Enciso y lleva por título Design Motifs of Ancient México, Dover, New York, 1953 (Sellos del antiguo México, México, Innovación, 1945). En él registra los sellos con formas geométricas, los que presentan formas naturalistas, aquellos que representan seres fantásticos así como aquellos en los que se representan seres humanos y partes del cuerpo humano. Enciso hace hincapié en aquellos sellos que representan la cabeza, el cráneo o la mano, y en cierta medida el conjunto de sellos que reúne confirma que el diseño que representa el pie es menos frecuente.
A nuestro sello le falta un dedo pero por su semejanza con un sello procedente de Tlatilco publicado en Arqueología mexicana 2007 vol. xii, num. 71 p.18-19, es posible que todos los dedos del pie eran iguales, lo cual dificulta precisar si se trata de la huella de un pie derecho o de un pie izquierdo. Aunque tiene profundas incisiones que dividen la huella, hechas en el barro antes de su cocción, parecerían determinar que es la huella de un pie izquierdo. Un caso semejante lo encontramos en el Museo Anahuacalli, que alberga la colección de piezas prehispánicas que reunió Diego Rivera.
Los sellos modelados en forma de huella de pie confirman una de las observaciones hechas por Pablo Escalante: “Lo más frecuente es que el símbolo del pie se haga presente bajo la forma de la ausencia del pie” y en el repertorio simbólico mesoamericano al pie, por lo general se le representa por medio de la huella misma. Aunque es necesario consignar que entre las culturas del Clásico se modelaron vasos pediformes, en forma de pie o de calzado. Entre los olmecas la figura de la huella de un pie izquierdo fue tallada en piedra verde y en un hacha en forma de una cabeza procedente del centro de Veracruz, encontramos la huella del pie derecho, labrada en la mejilla del rostro. Por lo general, la huella de pie no es representada de manera aislada y se encuentra en diferentes composiciones.
En Teotihuacán a la huella del pie se la modelan de manera aislada en las paredes de un vaso trípode, pero por lo general a la huella de pie está combinada con otros motivos, como vemos en las pinturas de los murales de Cacaxtla, estado de Tlaxcala y en las estelas procedentes de Xochicalco, Morelos. En ciertos ejemplos, también se existe la huella de ambos pies, derecho e izquierdo. La representación de las dos huellas es inmóvil, y contrasta con la representación de la huella de pie individual y sobre todo con la imagen de múltiples huellas de pie, alternando, derecho e izquierdo, ya que como nos muestra Hasso Von Winning en su estudio La iconografía teotihuacana 1987, p.41-47, la secuencia de huellas de pie representa pisadas y movimiento.
Entre los mayas las inscripciones y representaciones de una huella de pie o de una serie de huellas expresan llegar, subir o ascender, a la vez que entre los teotihuacanos las huellas o pisadas de pie remiten a caminos que se dirigen en muchas direcciones; aunque cabe suponer que como en los códices y mapas que hablan de las migraciones en la época tardía, una serie de huellas humanas también puede significar viajes y movimiento. En cierta medida las huellas nos hablan del traslado de una persona o de un grupo y de la dirección del movimiento.
Solamente falta preguntarnos si la huella de un pie individual o de una serie de huellas de pie significan lo mismo y proponer que la huella de pies, además de remitir a la noción de movimiento y traslado, nos remite a aquella ligada a la llegada y a la permanencia. Señalemos que, por ejemplo Bernardino de Sahagún en su Historia general de las cosas de la Nueva España 1985, p.136-137, asienta que en el duodécimo mes de su calendario ritual, que los mexicas llamaban Teotleco, los sacerdotes sabían que habían llegado todos los dioses y podían empezar ya sus ceremonias cuando aparecía una pisada de un pie pequeño sobre el montoncillo de harina de maíz que colocaban en el templo.