Fue en pleno auge de la civilización de El Tajín cuando hachas, yugos y palmas, un complejo de esculturas de pequeño formato que encuentran antecedentes en objetos de época olmeca, se extendieron por buena parte del sur de México. Siempre asociado con el juego ritual de la pelota, de enorme importancia para esta civilización del norte de Veracruz, se le encuentra formando parte de ricas ofrendas, tal y como ocurre en la región de Coatepec, no lejos de la ciudad de Xalapa, en las tumbas de Napatecuhtlan, justo al pie del Cofre de Perote, y en Santa Luisa, muy cerca de la actual desembocadura del río Tecolutla. Se trata de esculturas fabricadas en piedra dura que incorporan el estilo artístico de la cultura de El Tajín, los "entrelaces", y el sistema de signos utilizados por tan antiguo pueblo.
Sus ejemplos llegaron hasta El Salvador y se distribuyeron de manera uniforme a lo largo de toda la costa del Golfo de México. Alberto Ruz inclusive las encontró en Palenque, las hay en Chichen Itzá y también en Quelepa (El Salvador). Probablemente se trata de los objetos más representativos del período Epiclásico y una parte muy importante de ellos fue labrada en piedras semipreciosas, adquiriendo un brillo notable y una delicadeza en la talla difícil de igualar.
Sin embargo, aun siendo típicos productos de la civilización de El Tajín, también se elaboraron en territorios distantes y con rocas de tipos diferentes. No es raro encontrarlos esculpidos en arenisca o en basalto e inclusive se conocen ejemplos hechos con roca caliza de la Península de Yucatán. Algunos, como los hallados en Quelepa, incorporan representaciones cuyo tratamiento estilístico se aparta notablemente del mundo de El Tajín pero aun así concuerdan con su intención simbólica. Los “entrelaces” han desaparecido y los rasgos del rostro no pueden hallarse más apartados de sus figuraciones originales, pero no por ello dejan de cumplir con idénticas funciones rituales.
Es importante hacer notar que hay un número significativo de las piezas exhibidas en el Museo Amparo que proceden de la región del río Papaloapan, región de la que también proviene una nutrida colección de hachas y palmas que hoy se conserva en el Museo de Antropología de Xalapa. Muchas de ellas fueron labradas en basalto, piedra que no abunda en la llanura costera de Veracruz, por lo menos no en los actuales municipios de Tlalixcoyan y Tierra Blanca, y que corresponde al ejemplo que aquí nos ocupa. Es el caso de una fantástica hacha que retrata el rostro de un hombre viejo, de nariz prominente y facciones angulosas. El tema de los rostros de ancianos es hasta cierto punto común en la producción de esta clase de esculturas, más todavía –como ocurre en esta pieza– cuando portan un tocado formado por bandas entrelazadas que lo acerca de manera incuestionable al universo cultural de El Tajín.
Fue en pleno auge de la civilización de El Tajín cuando hachas, yugos y palmas, un complejo de esculturas de pequeño formato que encuentran antecedentes en objetos de época olmeca, se extendieron por buena parte del sur de México. Siempre asociado con el juego ritual de la pelota, de enorme importancia para esta civilización del norte de Veracruz, se le encuentra formando parte de ricas ofrendas, tal y como ocurre en la región de Coatepec, no lejos de la ciudad de Xalapa, en las tumbas de Napatecuhtlan, justo al pie del Cofre de Perote, y en Santa Luisa, muy cerca de la actual desembocadura del río Tecolutla. Se trata de esculturas fabricadas en piedra dura que incorporan el estilo artístico de la cultura de El Tajín, los "entrelaces", y el sistema de signos utilizados por tan antiguo pueblo.